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Actualizado: 8 de junio de 2025
Y repitiendo a Febrer una vez más la conveniencia de que le guardase como compañero, echó las piernas fuera de la ventana, apoyó su vientre en el alféizar, y se deslizó por el muro. El payés, al entrar en la torre, habló sin ninguna emoción del suceso de la noche anterior, como si fuese un hecho normal que sólo alteraba levemente la monotonía de la vida del campo.
El gran reloj, que desde el fondo del salón alteraba el silencio con sus latidos, tenía la forma de un templete gótico, erizado de místicas agujas y pináculos medioevales, como una catedral dorada de bisutería. Esta decoración semirreligiosa de una oficina de vinos y cognacs era lo que despertaba cierta extrañeza en Fermín, después de haberla visto durante muchos años.
En la semioscuridad entreveía aquella faz pálida y demacrada, con una expresión de sufrimiento que alteraba, hasta hacerla desconocida, su amada fisonomía. El señor Aubry no salía de un profundo sopor, y María Teresa pasó las lentas horas del día velando aquella somnolencia. Al empezar la noche, se agitó, y pidió con insistencia que llamaran a Juan.
Como toda la prudencia y la reflexión que podía esperarse de aquellos dos rudos montañeses había que buscarla en Chisco, yo no apartaba mis ojos de él, y no podía menos de admirarme al observar que ni en aquel trance de prueba se alteraba la perfecta regularidad de su continente: su mirada era firme, serena y fría, como de ordinario; su color el mismo de siempre, y no había un músculo ni una señal en todo su cuerpo que delatara en su corazón un latido más de los normales; al revés de Pito Salces, que no cabía en su ropa, no por miedo seguramente, sino por el deleite brutal que para él tenían aquellos lances.
El único ruido que alteraba a la sazón el silencio del hermoso paseo de las Delicias, era el saludo que hacían las aves al sol en su ocaso. La inmovilidad del río era tal, que habría parecido helado si no le hubieran hecho sonreír de cuando en cuando la caricia del ala de un pájaro o el salto de algún pececillo juguetón.
Todo está bien, norabuena; pero confesemos que es triste cosa haber perdido á mi Cunegunda, y ser espetado en un asador por unos Orejones. Cacambo, que nunca se alteraba por nada, dixo al desconsolado Candido: No se aflija vm., que yo entiendo algo el guirigay de estos pueblos, y les voy á hablar.
Palabra del Dia
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