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Arte que en aquella época, como hoy, era casi el único que estuviera al alcance de la mujer, la costura. Llevaba en el seno, en la letra primorosamente bordada, una muestra de su habilidad delicada y de su inventiva, de que se habrían alegrado las damas mismas de la Corte poder aprovecharse para agregar á sus ricas telas de seda y oro los adornos aun más preciados del arte humano.

Allí estaban los héroes de las antiguas fiestas: el Cid gigantesco, con su espadón, y las cuatro parejas representando otras tantas partes del mundo, enormes figurones con los vestidos apolillados y la cara resquebrajada que habían alegrado las calles de Toledo, pudriéndose ahora en los tejados de la catedral.

»DOCTOR. Alegrado me aveis con el acertado medio de vuestra inclinacion. Eligis la parte mejor para la comedia, ques la fabula. Quiere Horacio, aya en qualquier obra un cuerpo solo cōpuesto de partes verisimiles. Conviene para q

Su única pena al abandonar la corte fué el no haber podido encontrar en ella a su general, que, sin duda, se hubiera alegrado al conocer la rápida transformación ocurrida últimamente en la fortuna del humilde asistente; pero Su Excelencia había andado aquella vez más torpe que de costumbre en el pronunciamiento que fraguaba para adquirir honradamente el segundo entorchado; sorprendióle el Gobierno, y le desterró a Filipinas, pocos días antes de llegar Simón a Madrid.

La señorita tiene cara de estar de buen humor siempre... y usted.., ¡Usted siempre está así, como si le hubiesen dado cañazo! En eso no emparejarían ustedes bien. Soltó Lucía la carcajada y miró a Artegui, que sonreía complaciente, lo cual aún la animó a reír más. El almuerzo prosiguió en el mismo tono cordial, alegrado por la charla de Sardiola, por el infantil regocijo de Lucía.

No sentía aversión ni apego a ninguna carrera literaria o científica: todos sus cinco sentidos los tenía puestos en el terruño natal. Esto no se lo decía a nadie; pero lo sentía, y muy hondo. Por este lado hasta se había alegrado de la elección de carrera hecha por su padre, porque la de médico era quizás la única compatible con sus aspiraciones y tendencias.

El marqués de Peñalta entró en el cuarto de doña Gertrudis, donde se hallaban a la sazón conversando don Mariano y don Máximo, que no manifestaban de modo alguno en su rostro la zozobra angustiosa, la palidez y el espanto de los que presencian la agonía de un moribundo; lo cual irritaba de tal manera a doña Gertrudis, que casi se hubiera alegrado de morir en aquel momento sólo por darles un susto.

40 Aportillaste todos sus vallados; has quebrantado sus fortalezas. 41 Lo saquean todos los que pasaron por el camino; es oprobio a sus vecinos. 42 Has ensalzado la diestra de sus enemigos; has alegrado a todos sus adversarios. 43 Embotaste asimismo el filo de su espada, y no lo levantaste en la batalla. 44 Hiciste cesar su claridad, y echaste su trono por tierra.