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Actualizado: 2 de julio de 2025
La muerte de aquel hombre divulgada en seguida por la ciudad; la policía echándome mano, la consternación de mi yerno, los desmayos de mi hija, los gritos de mi nietecita; luego la cárcel, el proceso arrastrándose perezosamente al través de los meses y acaso de los años; la dificultad de probar que había sido en defensa propia; la acusación del fiscal llamándome asesino, como siempre acaece en estos casos; la defensa de mi abogado alegando mis honrados antecedentes; luego la sentencia de la Sala absolviéndome quizá... quizá condenándome á presidio.
Sus disentimientos con doña Elvira estribaban siempre en que ella tenía sus favoritos, que rara vez eran al mismo tiempo los del hijo. Cuando él adoraba a los jesuitas, la noble hermana del marqués de San Dionisio hacía el elogio de los franciscanos, alegando la antigüedad de su orden sobre las fundaciones que habían venido después.
Más había; aquella señora que hablaba de grandes sacrificios, que pretendía vivir consagrada a la felicidad ajena, se negaba a violentar sus costumbres, saliendo de casa a menudo, pisando lodo, desafiando la lluvia; se negaba a madrugar mucho, y alegando como si se tratase de cosa santa, las exigencias de la salud, los caprichos de sus nervios. «El madrugar mucho me mata; la humedad me pone como una máquina eléctrica». Esto era humillante para la religión y depresivo para don Fermín; era, de otro modo, un jarro de agua que le enfriaba el alma al Provisor y le quitaba el sueño.
Los deudores le contestaban altivamente, alegando la miseria como un derecho para no sufrir su avaricia; sus órdenes imperiosas tardaban en ser ejecutadas, y tenía la percepción clara de que al andar por el claustro se reían a su espalda o le hacían gestos amenazadores.
Por último, el comandante Meunier, alegando la debilidad de la guarnición, rehusó al principio el socorro que se le pedía, y sólo ante la porfiada excitación de los vecinos de la ciudad consintió en destacar dos compañías. Los guerrilleros, al oír este relato, admiraban el valor de Marcos y su perseverancia en los peligros.
En el saquito de mano llevaba las dos armas que había podido juntar para el combate, después de largas rebuscas y comparaciones entre los revólveres de los pasajeros. Los otros padrinos, que se veían mezclados en un duelo por vez primera, no le ayudaban en nada, alegando su ignorancia. Isidro, a última hora, dudaba de su trabajo.
Nos contestará alguno, alegando de que en las colonias con la prensa libre peligrara mucho el PRESTIGIO de los gobernantes, esa columna de los gobiernos falsos. Le contestaremos de que es preferible el prestigio de la Nación al de varios individuos. Una nación se conquista respeto no sosteniendo ni encubriendo abusos, sino castigándolos y reprobándolos.
Morsamor se negó a todo, si bien más suplicante que enojado, y alegando con suavidad y dulzura que, en el extremo a que habían llegado, era ya más peligroso volver atrás que seguir adelante; que la misma razón había para suponer tierras intermedias siguiendo hacia el Oriente que dirigiéndose hacia cualquier otro punto; y que, si el mar que surcaban no era interminable, más cerca debían de estar ya del mundo de Colón que del puerto de que habían salido y hasta que de las costas japonesas.
Leonor se opuso con vigor a esto último, alegando no poder permitir que una mujer de teatro tuviese el menor punto de contacto con aquella inocente. El duque, acostumbrado a las fáciles condescendencias de su mujer, vio en esta oposición un escrúpulo de devota, una falta de mundo y persistió en su idea.
Cuando entró en convalecencia supo por ella que Tristán había provocado secretamente a Núñez y que éste había rehusado el duelo alegando que no era él quien tenía derecho a exigirle una reparación. Entonces Tristán le había abofeteado.
Palabra del Dia
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