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Actualizado: 11 de junio de 2025
Y ya no lo vi más, señor comisario.... Ellos me lo mataron. Pero acordándose de su promesa, hizo un esfuerzo para serenarse y no hablar de la guerra. La viuda de Alberto trabaja ahora en una fábrica de municiones al otro lado de París, y yo sólo de tarde en tarde puedo ver á mi biznieto.
Acepté con júbilo, porque sabía que íbamos a hablar de lo que más me interesaba. Pero antes de ir a su casa di más de treinta vueltas aquella mañana por la calle de Argote de Molina, donde Gloria vivía. Esta calle, una de las más originales e interesantes de Sevilla, va desde la de Conteros a la iglesia de San Alberto.
Y el viejo Luna, saltando de abuelo en abuelo a través de los siglos, recordaba al archiduque Alberto, que renunció la mitra toledana para ir a gobernar los Países Bajos, y al magnífico cardenal Tavera, protector de las artes; todos príncipes excelentes, que habían tratado con cariño a la familia, reconociendo su secular adhesión a la Santa Iglesia Primada.
Allí tuerce usted a la izquierda por una calle que se llama de Luchana; ve usted una iglesia, la de San Isidoro; en seguidita otra, la de San Alberto; baja usted un poco, y a la derecha encuentra usted una calle que se llama de la Perla; entra usted en la calle de la Carne, y allí está la de San José... ¿Ha comprendido usted?
Más tarde regresó á París, donde publicó el libro «Flechas de oro», que obtuvo gran éxito, y se batió con Alberto Wolf, que había censurado sin miramientos la obra de Banville. El desafío fué á pistola. Al oír pasar cerca de su cabeza la primera bala, Glatigny se volvió hacia sus padrinos, diciendo con resignación exquisitamente cómica: «Está visto que han de silbarme en todas partes...»
Alberto Glatigny era hijo de un carpintero. A los quince años tropezó en la bohardilla de la casa paterna un volumen, roído de polillas y medio deshecho, de las «Obras completas» de Ronsard, y aquel libro, cuyos versos se acostumbró á recitar en voz alta, fué para su alma temprana una revelación.
Me despierto y suspiro y vuelvo a dormirme para ensoñar hasta el día de la verdad, que el oro, capaz de tantas locuras, no podrá jamás comprar. ¡Bello río! en tu clara y brillante onda de cristal, agua vagabunda, eres un emblema del esplendor de la belleza, un emblema del corazón que no se esconde ahora, un emblema de la alegre fantasía de arte en casa de la hija del viejo Alberto.
Casi en el mismo instante, fieles a la consigna, Amaury y su amigo Alberto se presentaban también en el lugar de la acción, aquél apeándose de a caballo, y saltando de su elegante cabriolé el otro. No tardaron en ponerse a discusión las condiciones del duelo. El amigo de Felipe, que estaba algo avezado a esos trotes, acortó mucho los preparativos.
Nosotros recordamos con un poco de estupor los preceptos artísticos de D. Alberto Lista, a los cuales ciñóse estrictamente, tal vez sólo por devoción personal al maestro, hasta en las postreras regias salutaciones que trazó su mano senil venerable.
Mas sea lo que fuere de esto, salieron por Agosto de 1719 el P. Miguel de Yegros y el hermano Alberto, llevando todo recado para celebrar la Misa y lo demás necesario para fundar la iglesia de la nueva Reducción de San Ignacio Nuestro padre, llegando á la campaña que los Zamucos habían escogido para fundarla, no hallaron persona alguna; y enviando algunos por todas partes para tomar noticia de esta gente, hallaron su pueblo quemado, y supieron que se había retirado algunas jornadas lejos de allí, junto á una laguna abundante de pesca, cerrando los pasos por donde se les podía seguir.
Palabra del Dia
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