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Actualizado: 10 de julio de 2025
Le repitió las señas y le dió las buenas noches. La huérfana se retiró muy agradecida. Al fin encontraba la dirección de aquella maldita calle. Tomó por el camino indicado y bajó la cuesta de los Consejos. ¡Qué triste y pavoroso lugar! El piso parece que huye bajo los pies del transeúnte: tal es la pendiente.
Usando entonces de aquella propiedad suya que ya conocemos, dio realidad en su mente al marqués de Saldeoro, favorito de las damas, según decían lenguas mil; le tuvo delante, le oyó hablar agradecida, le preguntó ruborizada; construyó, si así puede decirse, con material de presunciones y elementos fantásticos, la visita personal que al siguiente día no podía menos de realizarse.
Apenas se dignaba mirar sus ejercicios caballerescos, ni oír sus serenatas, ni sonreír agradecida a sus versos de amor. Los magníficos regalos, que cada cual le había traído de su tierra, estaban arrinconados en un zaquizamí del regio alcázar. La indiferencia de la Princesa era glacial para todos los pretendientes.
La mujer se manifestó luego cada día más cariñosa, medio agradecida medio amante; él instintivamente apreció sus cuidados, quizá fijándose en el contraste que formaban con la arisca condición de su antigua novia, y sus existencias se unieron, formando el hermoso maridaje de la desgracia y el consuelo bendecido por el amor.
He dicho sospecha, nada más que sospecha; pero tiene su poquito de fundamento, porque fíjese usted: primero lo que dice la doncella, y luego el casarse con un tío tan ordinario, sólo puede haberlo hecho por cálculo; ¿y qué mayor provecho que legalizar la situación en que se hallaba?; por último: ¿a qué esconderse de mí y de mi mujer, a quienes debía estar tan agradecida, esquivándonos como lo ha hecho?
Mostrándose afectuosa y agradecida, le argumentó con los inconvenientes de la precipitación en cosa tan grave como es el casarse de buenas a primeras, y correrse de un brinco nada menos que al África, que es, como quien dice, donde empiezan los Pirineos. No, no: había que pensarlo despacio, y tomarse tiempo para no salir con una patochada.
»Inesita parece, y yo creo que es, candorosa, buena, franca, todo lo que tú te imaginas; pero no deja descubrir no ya si te quiere o no, sino si tu carta la ha lisonjeado o no la ha lisonjeado. Eso sí: ella se ha mostrado muy agradecida al cariño y confianza que te infunde. De cuanto me ha dicho infiero además otra cosa muy importante.
Pues sí; debe de ser una vieja rara... Figúrate que se niega a recibir la pensión. ¡Jesús, mujer, qué rareza! Lo que oyes... Me escribe una carta muy agradecida, muy altisonante, con su poquito de deberes morales y de Providencia divina, y concluye diciendo que nada necesita y que todo le sobra. Pues mejor para ti... Eso más te encuentras.
Gracias, caballero, gracias le dijo ; os estoy tan agradecida, que no sabré cómo demostraros... No hay por qué, señora contestó brevemente Montiño. Vivo en la calle Mayor. Muchas gracias. Número sesenta... Gracias, señora. Me encontraréis allí todo el día... En aquel momento la Dorotea salía de la escena, y oyó las últimas palabras de la Mari Díaz.
La mujer se mostraba pesarosa en extremo; parecía dolerse también de tener que manifestarse agradecida a quien consideraba inferior a su casa; calculaba la ofensa hecha a Félix, y, sobre todo, no perdía ocasión de repetir a su marido que Aldea estaba enamorado de Josefina. A pesar de todo, el disgusto tomó en Margarita un aspecto distinto del que pudieran prestarle tales consideraciones.
Palabra del Dia
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