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Actualizado: 22 de junio de 2025


¡Fuera engañosas apariencias! grité yo . Por más que vuelvas a todos lados la vista, no encontrarás más familia que la que en estos momentos te rodea. La condesa con su mirada penetrante quiso imponerme silencio; pero yo no podía callar, y los pensamientos que se agitaban con febril empuje en mi cerebro, afluían precipitadamente a mis labios, dándome una locuacidad que no podía contener.

Sólo unos criados permanecieron junto al cuerpo del cosaco, tendido de bruces, viendo respetuosamente cómo se agitaban por última vez sus piernas, cómo se iba vaciando lentamente por el cuello, cómo se extendía una mancha negra en la nieve, que empezaba á azulear bajo la lividez del alba.

Bajo la influencia del malestar moral que sentía, su cólera comprimida llegó al más alto grado de intensidad; comprendía cuán superflua era su presencia en aquel ambiente alegre, feliz, donde corría el riesgo de ser ridiculizado si los sentimientos que lo agitaban eran conocidos. Al fin, se levantaron de la mesa, y todos se dispersaron, yendo unos a las barrancas y otros a la playa.

Era una de pareceres, discusiones ardorosas y diversas profecías, que agitaban la ciudad de un extremo a otro, con el calor y la vehemencia de la sangre meridional. Se disputaba, se enfriaban amistades, por si en media hora el río había subido cuatro dedos o uno solo; y faltaba poco para venir a las manos por si esta riada era más importante que la anterior.

, volveré dijo Jaime lanzando una mirada a Catalina que la hizo enrojecer. Cuando perdieron de vista la verja de la casa, detrás de la cual agitaban sus manos el padre y la hija, el capitán Valls lanzó una ruidosa carcajada. Según parece, ¿quieres que sea tío tuyo? preguntó irónicamente.

Pero Juan los miraba con atención distraída; para él, todos allí eran cortesanos que se agitaban en torno de la estrella, y no tenía bastantes ojos para seguir los movimientos de María Teresa. Estaba deliciosa en aquella decoración de muebles antiguos, destacándose delicadamente sobre el fondo de oro de los viejos tapices de brocado tendidos sobre el muro.

Mientras se desahogaba de este modo en un flujo intermitente de palabras, el rostro de Gonzalo iba expresando sucesivamente la indignación, la tristeza, la cólera, el desprecio, todas las emociones que agitaban su alma al recuerdo de sus padecimientos.

Si no lo hay ¿quién hizo este mundo? ¿Morimos para siempre o resucitamos después en otra vida? ¿Por qué nacemos? ¿por qué morimos? ¿Qué es el cielo? ¿qué es el infierno? Tales eran las graves cuestiones metafísicas que se agitaban incesantemente en el cerebro tenebroso del paisano Barragán.

El viento, cada vez más fuerte, silbaba por entre la arboladura, que crujía fatídicamente. Las velas se agitaban en todas direcciones como trapos puestos a secar. El barco no podía mantenerse en equilibrio, porque el viento no tenía dirección fija, y allá a lo lejos, en las costas de la tierra de Arnheim y de la de Torres tronaba y relampagueaba sin cesar.

Mezclado Ojeda con las gentes que presenciaban este espectáculo, fijó más su atención en las explosiones de la alegría infantil que en los asaltos del mar. Los niños se agitaban alborotando a la llegada de las olas. «¡Otra!... ¡otra!», gritaban con trémula alegría al ver desarrollarse ante la proa una nueva colina azul.

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