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Actualizado: 11 de junio de 2025


Vosotros vais por la inmensidad agarrados a un proyectil que marcha vertiginosamente, y engañados por vuestra pequeñez, creéis vivir inmóviles en una catedral muerta... ¡Y estas velocidades no son nada comparadas con otras! El Sol, a cuyo alrededor giramos, cae y cae en el vacío, llevando pegados por la atracción a sus flancos a la Tierra y los otros planetas.

Luego de estas explicaciones quedaron los dos en silencio, agarrados a la reja, sin que sus manos osaran encontrarse, mirándose de cerca a la luz difusa de las estrellas, que daba a sus ojos un brillo extraordinario. Era el momento de mutua contemplación y silenciosa timidez de todos los amantes que se ven después de una larga ausencia. Rafael fue el primero en romper el silencio.

El coche volaba por la carretera con la arrogancia de un carro triunfal, y en su interior, los dos esposos, agarrados del talle, mirábanse con pasión. El sombrero de Luis estaba a sus pies, y ella le acariciaba la cabeza, despeinándole: el juego favorito de su luna de miel. Y Luis reía, encontrando el suceso graciosísimo. Nos van a tomar por novios impacientes.

Saltaba la bestia con la agilidad del terror, las cuatro patas en el aire al mismo tiempo, torciendo en vano la cornuda cabeza para arrancarse con la boca aquellos demonios agarrados a su pescuezo. La gente reía y aplaudía, encontrando graciosos estos saltos y contorsiones. Parecía que ejecutaba una danza de animal amaestrado con la torpe pesadez de su volumen.

Yo soy un pazguato y he necesitado que vinieras a decírmelo, como si fuese una señorita boba. En resumen: Feli, ¡rica! yo te quiero... ¿Y ? La muchacha no contestó con palabras. Bajó los ojos, y su cabeza fue inclinándose dulcemente en señal de asentimiento. Maltrana metió un brazo por debajo del mantoncillo, enlazándolo con el de la joven. Así, muy agarrados, muy juntos.

Si lo primero, mil veces te lo he dicho, es mirar a la muerte como el fin de los padecimientos, como miran a la playa los infelices que luchan con las olas, agarrados a un madero. No, si no tengo miedo dijo ella con deseos de tranquilizarle, porque observó que se exaltaba . Pero es que... esas cosas, más vale dejarlas para de día. Ahora, a dormir. ¡Dormir!... Ahí tienes otra tontería.

Al lado mismo de Jacobo, y en su dirección misma, marchaban dos hombres, al parecer extranjeros, agarrados del brazo para no separarse el uno del otro entre los remolinos de la gente.

Era un árbol un ficopisocarpo de cuyas ramas pendían, en vez de frutas, unos pájaros extrañísimos del tamaño de pollos, de alas membranosas, con el cuerpo vestido de un plumón castaño de reflejos rojizos. Estaban agarrados a las ramas por las patas, tenían las alas abiertas y extendidas y parecían adormilados. Habría sobre doscientos.

El jefe de los pescadores y el contramaestre, agarrados del brazo, bailaban en torno de los barriles, declamando versos chinos. Ninguno de aquellos beodos se acordaba de los salvajes, ni mucho menos del Capitán y sus compañeros, a quienes daban ya por muertos y asados. Van-Stael, arrebatado de furor, se lanzó en medio de aquella patulea de borrachos, gritando: ¡Miserables! ¿Qué habéis hecho?

Una pierna que parecía de cartón chamuscado asomaba entre los escombros. Creyó ver otra vez á la vieja con los nietos agarrados á sus faldas. «Señor, ¿por qué huyen las gentes? La guerra es asunto de soldados. Nosotros no hacemos mal á nadie y nada debemos temerMedia hora después, al bajar una cuesta, tuvo el más inesperado de los encuentros.

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