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Actualizado: 18 de junio de 2025
El maestro afirmaba, que el mismo general lo había nombrado alférez en los últimos meses de la guerra, por ser más instruído que sus desarrapados camaradas. Así entró Marcos Toledo en el palacio de los Lubimoff. El grave marido de la princesa rió con una alegría juvenil al conocer sus andanzas de emigrado en París.
Era muy probable que el doctor fuese también cómplice de su madre y que sólo esperase el momento favorable para perderle. El domingo anterior Petrov había visto con sus propios ojos a su madre, que, escondida detrás de un árbol, miraba fijamente a su ventana; cuando le oyó gritar, se marchó corriendo. Era un hecho real, y, no obstante, el doctor afirmaba que no había nadie en el jardín.
Ella le hablaba del amor a distancia, persistente a través de los viajes y los azares de una existencia errante, le prometía escribirle todos los días... ¡escribirle! tal vez al mismo tiempo que su cuerpo divino sentiría el contacto de otra mano que no fuese la suya... No; él no perdía aquello; estaba resuelto. No te irás, Leonora afirmaba con energía.
Maltrana, influido por los comentarios de la gente, que afirmaba la riqueza de la tía Mariposa, creía percibir en sus palabras una hipócrita falsedad. ¡Abuela! ¡abuela! exclamó con tono suplicante. Y para vencer su dura avaricia, la describió su situación. Nada le pedía para él. De verse solo, como en otros tiempos, no vendría a molestarla.
Al contrario, tal vez se hubiera complacido ella en ver con los ojos de su cuerpo mortal y en hablar y en oír hablar a varias almas en pena de los progenitores de su marido, las cuales almas, según afirmaba el vulgo, solían aparecerse durante la noche, y andaban vagando por los más recónditos camaranchones y obscuros escondrijos de aquel laberinto arquitectónico.
Lo esencial para un muchacho, afirmaba hace días la apreciable señora, después del almuerzo y cruzando la pierna es tener padrinos y lograr un empleo; ya colocado, el trabajo es poco y la paga no falta a fin de mes. Doña Paulina está tranquila acerca de la carrera de Quinito.
Parece ocioso añadir que nadie creyó esto, ni aun el que lo afirmaba; pero, como a todos les tenía sin cuidado la baronesa, no se insistió sobre ese punto, y así, el marqués, después de prodigar sus alabanzas al esbozado retrato, que en efecto prometía ser una obra maestra, se despidió de los recién casados.
El pequeño príncipe admiró al maestro ruso porque su madre afirmaba que era un sabio, pero sentía cierto miedo en su presencia. En cambio, trataba al español con una superioridad protectora y cariñosa. Toledo hacía reir á su padre, y esto bastó para que lo considerase como un ser inferior, pero digno de aprecio por su docilidad y su paciencia.
Doña Lupe, por cortesía, afirmaba que era una barbaridad que no le hubieran dado a él la lectoral. La ira de la señora de Jáuregui no se calmó con el feliz éxito del almuerzo... y siguió machacando sobre la pobre Papitos.
Con la falda llena de musgos, helechos y otros recuerdos silvestres, se encontraba tan preocupada y metida en sus propios pensamientos, que le pasó inadvertido un suave golpear en la puerta, o bien lo tradujo por una lejana extraña alucinación. Cuando por fin se afirmaba más claramente en ello, sobresaltose, y con ruborizadas mejillas se dirigió a la puerta, preguntando, ¿quién hay?
Palabra del Dia
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