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Actualizado: 24 de junio de 2025


Plácido no quería: por dos menos no cierran una clase de más de ciento cincuenta. Se acordaba de las fatigas y economías de su madre que le sustentaba en Manila privándose ella de todo. En aquel momento entraban por la brecha de Sto. Domingo. Ahora me acuerdo, exclama Juanito al ver la plazoleta delante del antiguo edificio de la aduana; ¿sabes que estoy encargado para recoger la contribucion?

Hay aún otra figura sin la cual mi galería de retratos de empleados de la Aduana quedaría incompleta; pero que me contentaré simplemente con bosquejar, porque mis oportunidades para estudiarla no han sido muchas.

Al entrar, se ve á la derecha la nueva y simétrica poblacion de Barceloneta, especie de ciudadela mercantil, que tiene en avanzada el muelle de descarga, el faro y la primera estacion de ese cuartel de fiscalizacion egoista que se llama Aduana.

¡Qué le importarán a ese corazón de piedra la madre ni los hijos! ¡Un hombre que tiene en Madrid treinta y cuatro casas, según dicen, tantas como la edad de Cristo y una más; un hombre que ha ganado dinerales haciendo contrabando de géneros, untando a los de la Aduana y engañando a medio mundo, venirse ahora con cariñitos!

»Se espera dentro de unos días la llegada de El Atlante, un vaporcillo costero, el único barco que entra en este puerto y da que hacer a su aduana. Viene cada seis u ocho meses a cargar el carbón de piedra que se ha ido acopiando en una mina de ello que tiene un sujeto de aquí.

La certidumbre de tener la existencia asegurada en la Aduana, viéndose exento de cuidados, y casi sin temores de ser dado de baja, junto con el salario que recibía puntualmente, habían sin duda contribuído á que los años pasaran por él sin dejar ninguna huella.

El octogenario empleado del resguardo, que, siento decirlo, murió hace algún tiempo en consecuencia de la coz de un caballo, pues de lo contrario habría vivido de seguro eternamente, así como todos los demás venerables personajes que se sentaban junto con él en la Aduana, se han convertido para en sombras: imágenes de rostros arrugados y cabezas blancas en canas, con quienes mi fantasía se ocupó algún tiempo y que ya ha arrojado á lo lejos para siempre.

Conoce Burdeos al revés y al derecho; ha visto el teatro, los Quinquonces, ha trepado a las torres, ha bajado a las criptas y visitado las momias, ha estado en la aduana y sabe qué función se da esa noche en todos los teatros. Y entretanto, ¡yo dormía! El no lo concibe, pero yo . A la tarde, le anuncio que me quedaré a reposar un par de días en Burdeos y una nube cubre su cara juvenil.

Por consiguiente, dediqué mis pensamientos á la historia de Ester Prynne, que fué objeto de mis meditaciones muchas y muchas horas, mientras me paseaba á lo largo de mi habitación, ó atravesaba cien y cien veces el espacio, nada corto por cierto, que mediaba entre la puerta principal de la Aduana y una de las laterales.

Todos estos ancianos caballeros, sentados como San Mateo cuando cobraba las alcabalas, pero que de seguro no serán llamados como aquel á desempeñar una misión apostólica, eran empleados de Aduana.

Palabra del Dia

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