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Actualizado: 15 de junio de 2025


¿Pues á quién he de admirar? ¿á quién he de admirar? ¿A los tiranos? ¿A Nerón, matando á Séneca; á Felipe II, asesinando á Egmont y á Lanuza; á Luis XV, descoyuntando á Damiens? Era preciso enseñar á los franceses que no debía haber otro Ravaillac. Pues la lección no hizo efecto, porque hace treinta años que un Rey murió en un patíbulo. ¡Esos son tus semidioses, esos! exclamó Elías con furia.

Porque como en Gonzalo no hay grandes prendas que admirar, ni bellezas que apetecer, se comprende sin dificultad que te avengas sin gran esfuerzo a ese convenio; pero que él se resigne a no ser dueño y señor absoluto de una mujer tan hermosa como , siendo esta mujer la suya propia, me parece una abnegación... inverosímil.

En cuanto á los grandiosos salones españoles, el visitante como yo, que no conoce el arte, sino que apénas siente en el corazon y en el instinto de lo bello y lo grande los rudimentos de un arte íntimo y natural, no sabe qué admirar mas entre tantas obras maestras.

Colocada la mía a igual distancia de las unas y de las otras, confieso que vivo todo de admiración, y estoy tanto más distante de ellas, cuanto menos concibo que se pueda vivir sin admirar.

El joven replicó que cuando el río suena, agua lleva, y que cuando todo el mundo se empeña en admirar no sólo la singular belleza y la inspiración artística de una persona, sino también su claro ingenio y su brillante ilustración, era necesario bajar la cabeza.

«No fue don Diego Velázquez dice Palomino el que en este día mostró menos su afecto en el adorno, bizarría y gala de su persona; pues acompañada su gentileza y arte, que eran cortesanas, sin poner cuidado en el natural garbo, y compostura, le ilustraron muchos diamantes, y piedras preciosas; en el color de la tela no es de admirar se aventajara a muchos, pues era superior en el conocimiento de ellas, en que siempre mostró muy gran gusto; todo el vestido estaba guarnecido con ricas puntas de plata de Milán, según el estilo de aquel tiempo, que era de golilla, aunque de color, hasta en las jornadas, en la capa la roxa insignia, un espadin hermosísimo, con la guarnición y contera de plata, con exquisitas labores de relieve, labrado en Italia; una gruesa cadena de oro al cuello, pendiente la venera guarnecida de muchos diamantes en que estaba esmaltado el hábito de Santiago, siendo los demás cabos correspondientes a tan precioso aliño».

En cambio, pocos eran los mozalbetes de la capital que no supiesen de memoria algún párrafo del célebre folleto, no para admirar su entonación severa y su lenguaje profético, sino para tornarlos en irrisión. ¡Á tal punto de vituperable impudencia y frivolidad había llegado la juventud asturiana! Martinán el tabernero no se daba por vencido. Jamás había llegado el caso.

Y como esto del público y sus perezas o estímulos, aunque pertinente al asunto de este prólogo, no es la principal materia de él, basta con lo dicho, y entremos en La Regenta, donde hay mucho que admirar, encanto de la imaginación por una parte, por otra recreo del pensamiento.

No se cansaba de admirar las gruesas y pequeñas puertas, que daban, al parecer, sobre el infierno, y nada para él igualaba la destreza del obrero que soplaba botellas por la extremidad de una caña larga, o moldeaba con hábil ademán el cristal en fusión.

Nada mirabas sino dentro de ti mismo, no fijabas la atención en lo que te rodeaba... Pero, después, poco a poco los objetos exteriores han acabado por interesarte, el don de admirar, el entusiasmo, que tiene raíces tan vivas en las almas de veinte años, han principiado a renacer y reverdecer en tu pecho.

Palabra del Dia

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