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Actualizado: 15 de junio de 2025


Roseta guardaba el regalo en su cuarto, como si fuese la misma persona de su novio, y lloraba cuando sus hermanos, la gente menuda que tenía por nido la barraca, en fuerza de admirar á los pajaritos, acababan por retorcerles el pescuezo.

Nos levantamos de la mesa y nos acercamos a los cristales a admirar aquel cuadro sublime ante el cual empalidecían las luces del baile. Blanca estaba apoyada en mi brazo y dejaba caer su cuerpo débilmente sobre el mío. Es linda la madrugada le dije, oprimiéndola con pasión...

Ya nos dijo Manolo Casa-Vieja que era de admirar «cómo y lo que quería» a su hija la marquesa de Montálvez; y era de admirar, en efecto.

Se encontraba en el centro de un grupo que se había situado frente al ejecutante, bastante cerca de la primera puerta. Godfrey estaba inmediato, no para admirar el talento de su hermano, pero para no perder de vista a Nancy, que estaba sentada en el grupo cerca del señor Lammeter.

En cuanto a Verónica, ofendido y todo por ella don Mauricio, no pudo éste menos de admirar la destreza con que estuvo al quite de aquella feroz embestida del general, y sacó del angustioso apuro a su mujer, llevando la conversación a otro terreno.

Más de un año hacía que no la había visto. ¿Cómo le iba a la abuela con el señor Polo? Un día que tuviese humor, tal vez se decidiera a ir a Tetuán. Ya no conocía a las gentes de allá. Madrid terminaba para él en el Café de San Millán, donde se reunía con ciertos amigotes para admirar a las hembras de la plaza de la Cebada.

Así es, en resumen, uno de los más celebrados dramas del moderno teatro alemán. Yo diré, para concluir, que es divertido verle y leerle: que es más divertido aún admirar á la señora Estela Hohenfels en sus cinco papeles; pero que, en lo tocante á enseñanza, lo mejor es no sacar ninguna de este drama.

Y al mismo tiempo que Goycochea parecía admirar imaginativamente con la ternura del recuerdo este pantalón, único lujo de su pobreza, contemplaba en una de sus manos el centelleo de un brillante límpido y tembloroso como una gota de luz. Tenía yo un gran amigo en el barco, un chico de Aragón, compañero de cama y caldero, listo, muy listo, y eso que no sabía leer... ¡Pobre!

Antoñuelo era un mocetón gentil y robusto, muy simpático, aunque de cortos alcances, y decidido para todo, y singularmente para admirar a Juanita, a quien consideraba y respetaba, sometiendo a ella toda su voluntad como por virtud de fascinación o de hechizos.

Que vinieran allí todas las naciones del mundo a admirar a toreros como aquél y a morirse de envidia. Tendrán barcos... tendrán dinero... pero ¡todo mentira! Ni tienen toros ni mozos como éste, que le arrastran de valiente que es... ¡Olé mi niño! ¡Viva mi tierra!

Palabra del Dia

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