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Actualizado: 24 de junio de 2025


Júntansele aquí los obispos, los ricos-hombres, los caballeros, y las mesnadas de los concejos con los carros de guerra, las municiones y las interminables filas de reses que van acudiendo destinadas á la vitualla.

29 Y el Espíritu dijo a Felipe: Llégate, y júntate a este carro. 30 Y acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? 31 Y dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese, y se sentase con él.

El Duque, para la poca plática que tenía en semejantes cosas, anduvo este día muy bueno, alegrando y animando la gente, acudiendo á todas partes, dando la orden que convenía; lo que no hicieron otros que eran más obligados á ello, con quien tuvieron muy gran cuenta los soldados. Los pocos caballos que teníamos, que serían hasta 20, que los demás no eran desembarcados, sirvieron bien.

La sierpe con la cola revolviendo, Al buen Capitan diera muy airada Un golpe tan terrible, que cayendo Venia el Capitan, y con la espada, En el suelo se tuvo, y acudiendo Con una venturosa cuchillada, Tal golpe de reves d

Apenas transcurrió un minuto entre el anuncio y la entrada de don Paco diciendo buenos días. Buenos días Dios a usted, señor padre dijo doña Inés, levantándose de la silla, acudiendo respetuosamente a su padre para besarle la mano y convidándole a sentarse, como se sentó, en un sillón, frente a ella.

La anciana ama del cura era quien las acompañaba cuando iban solas y a pie a la tertulia sin que don Braulio las acompañase. Aquella noche el ama las acompañó también. Cuando llegaron a la tertulia, ya estaba en ella el Conde de Alhedín, quien de día en día iba descuidando más sus otras tertulias y diversiones, y acudiendo más temprano y sin faltar una sola noche en casa de Rosita.

Una vez allanado, los poetas más instruídos no creyeron degradarse acudiendo á los elementos populares, y agradando al mismo tiempo al pueblo y á las clases más ilustradas; y así, pues, recorrieron la única senda que podía llevar el drama á su perfección, libre del exclusivismo, que lo embargara hasta entonces.

En fin, una noche sintió Anselmo pasos en el aposento de Leonela, y, queriendo entrar a ver quién los daba, sintió que le detenían la puerta, cosa que le puso más voluntad de abrirla; y tanta fuerza hizo, que la abrió, y entró dentro a tiempo que vio que un hombre saltaba por la ventana a la calle; y, acudiendo con presteza a alcanzarle o conocerle, no pudo conseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela se abrazó con él, diciéndole: »-Sosiégate, señor mío, y no te alborotes, ni sigas al que de aquí saltó; es cosa mía, y tanto, que es mi esposo.

Si reparas bien en los actos de los que van acudiendo al hermoso patio de los naranjos, llamados por el aliden á la azala de adohar, observarás que los ritos para hombres y mugeres son los mismos, que unos y otros comienzan la ablucion con la mano derecha, que jamás ayudan con la izquierda á la absorcion del agua por la boca y narices, que la mano izquierda se destina á otros usos menos nobles, que todos repiten las abluciones hasta tres veces, ni mas, ni menos, que todos se abstienen de consumir en esta operacion demasiada agua, de frotarse los piés desnudos, de echarse el agua en la cara de golpe, y de ensuciarla con salivas y otras inmundicias.

Con arreglo a este principio, Goethe se libertaba de sus pasiones desgraciadas, de los recuerdos que más pesar le traían, de los deseos que más le atormentaban y hasta de sus remordimientos, tomándolos por objeto de su observación, haciéndolos asunto de su imitación, buscando en ellos lo característico, y acudiendo luego con la poderosa fantasía a bordar sobre aquella traza primera un poema, una leyenda o un drama; una obra de poesía, que le dejaba consolado y libre, y que debía ejercer sobre los demás hombres el mismo benéfico influjo que sobre él ejercía.

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