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Actualizado: 25 de julio de 2025
Para tener el derecho de examinarlo desde más cerca y más largo tiempo imité el gesto, las actitudes, la manera de mirar y hasta las pequeñas exclamaciones de aprobación de los aficionados prácticos en la materia de arte pictórico. Fingí apasionarme por la obra del pintor cuando en realidad no apreciaba ni adoraba otra cosa que el modelo.
Originalidad no la había, no; frases, gritos ahogados, actitudes, novedades íntimas del placer, que Emma recibía con tibias protestas y acababa por saborear con delicia epiléptica, y por aprender con la infalibilidad del instinto pecaminoso; todo esto era una copia de la otra pasión, todo revelaba el estilo de la Gorgheggi.
Julio no era el mismo que reapareciera tantas veces en su memoria; su recuerda había sin duda trabajado los rasgos de aquella cara, sus gestos, sus actitudes mismas, prestándoles una indecisión que no tenían, ahora, aquella frente tan recta desde la raíz de los cabellos hasta el arco de las cejas, y aquellos ojos que solían quedarse mirándola, durante un rato largo, con naturalidad.
Pero Diana tenía razón; Juan no era el joven sociable y seductor que Alicia de Blandieres hubiera querido que le fuese presentado, a la noche, en el Casino. Alicia no habría mirado con buenos ojos a aquel caballero poco elegante, poco versado en la ciencia de las actitudes, e ignorante de la moda que rige, como soberana, los movimientos de los saludos y de los shakehands.
Vestía una falda de diversos pedazos bien cosidos y mejor remendados, mostrando un talle recto, liso, cual madero bifurcado en dos piernas. Tenía actitudes de gastador y paso de cartero. Era mujer de buena índole, aunque de genio tan turbulento y díscolo, que nadie que junto a ella estuviese podía vivir en paz. No había tenido hijos ni había sido casada.
Aunque este era pequeño y malo, ella quería verse, no sólo el rostro, sino el cuerpo, y tomaba las actitudes más extrañas y violentas, ladeándose y haciendo contorsiones. La ligereza de su ropa era tal, que fácilmente salían al exterior las formas intachables de su talle y todo el conjunto gracioso y esbelto de su cuerpo.
Bien claro le leía Nieves esta trasfiguración en los ojos y en las actitudes, y se embebecía contemplándole así, segura de no ser observada por él, que llevaba toda la mar, toda la brisa y el barco entero y verdadero metidos en la cabeza.
Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, se empujaban y caían al suelo en todas las actitudes y gestos del pavor, del asombro, de la desesperación.
Dándose cuenta de que el Señor la observaba, Eva fué adoptando las actitudes que consideró más interesantes, esforzándose por hacer valer con ellas las gracias de su cuerpo y la elegancia de sus adornos. Al mismo tiempo sonreía, segura de sí misma.
Como que llegó a tomarle como piedra de toque de la ley de su elocuencia, ensayando con él, bajo el disfraz de motivos de tres al cuarto, por salvar las convenientes distancias jerárquicas, entonaciones, actitudes y arranques que pensaba ostentar, en toda su verdadera aplicación y pompa, en el teatro de sus hazañas políticas.
Palabra del Dia
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