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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Mostrábase este mandón y muy interesado por las cosas de la humilde casa, que indicaba considerar como suya; se tomaba otra vez la libertad de esperar a la muchacha a la salida de la Fábrica, y aun de acompañarla a la ida, si lo consentía la labor de los barquillos; gastaba con ella chanzas finas como tafetán de albarda, y en suma, desde la muerte del viejo, le daba de protector y cabeza de casa, sin que en modo alguno procediese como criado, único papel que Amparo le señalaba siempre, mortificada de ver que el tosco paisano le prestaba servicios.

Estando, pues, los dos allí, sosegados y a la sombra, llegó a sus oídos una voz que, sin acompañarla son de algún otro instrumento, dulce y regaladamente sonaba, de que no poco se admiraron, por parecerles que aquél no era lugar donde pudiese haber quien tan bien cantase.

No había vuelto a entrar en el escenario ni a proponerle acompañarla. ¿Cómo se arreglaría para verle?... ¿Qué hacer?... Por fortuna para ella, le hicieron una injusticia... fue objeto de una postergación.

Y en esto concluyó Isabel Mazacán su aparte con el marqués de Butrón, y disculpándose con Currita de no acompañarla a la visita de la Inclusa, por habérsele ya hecho tarde, se marchó al parecer algún tanto disgustada. Currita decidió entonces volverse a su casa, y el marqués de Butrón se despidió también en el acto. ¿Tiene usted coche, Butrón? preguntó ella al diplomático.

Ya en León, y árbitro de dormir a pierna suelta, no abandonó el señor Joaquín el adquirido vicio, antes lo reforzó con otros nuevos: acostumbrose a beber la obscura infusión en el café más cercano a su domicilio, y a acompañarla con una copa de Kummel y con la lectura de un diario político, siempre el mismo, invariable.

Pero huía de ella, acogíase a la piedad, y visitaba con celo apostólico y ardiente caridad las moradas miserables de los pobres hacinados en pocilgas y cuevas; llevaba el consuelo de la religión para el espíritu y la limosna para el cuerpo; solían acompañarla doña Petronila Rianzares o alguna otra dama de su cónclave; pero también iba sola.

Mi tía iba algunas veces a C *, la ciudad más próxima al Zarzal. Pero como yo deseaba ardientemente acompañarla, no me llevaba nunca. Los únicos acontecimientos de nuestra vida eran la llegada de los arrendatarios que venían a pagar censos y arrendamientos y las visitas del cura. ¡Oh, qué excelente hombre era mi cura!

Se ponía melancólico cuando estaba lejos de ella. Y no bien despachaba los asuntos de su casa, se iba a acompañarla en la fonda donde ella vivía. Con rapidez extraordinaria tomó Rafaela sobre el viejo omnímodo ascendiente y le ejerció con discreción y provecho.

Y el famoso príncipe Lubimoff asintió á estas recomendaciones muy emocionado, como un muchacho que organiza su iniciación amorosa y se conmueve prematuramente ante su misterio. Quiso acompañarla hasta la verja de la «villa», á pesar de sus protestas. Si fueses otro, ¡bueno! Es natural que un amigo me acompañe á estas horas; ¡pero !... Temo que todos adivinen nuestro secreto.

Vuelvo a pedir a usted mil perdones le dijo , por mi torpeza.... Veo que también sale usted, señora, y si me lo permite tendrá mucho gusto en acompañarla.

Palabra del Dia

evocaban

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