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Los de la calle Alta tienen la cara muy limpia, y se la pueden enseñar á todo el mundo... algo mejor que los de acá abajo... ¡flojones, más que flojones! que se han dejao ganar tres regatas de seguido por los callealteros...

Porque es absurdo é irracional, suponiendo que gente de casta española mató á un millón de indios para apoderarse de Cuba, simpatizar con los herederos y con los que se aprovechan aún de la matanza y del robo, y condenar por ese robo y por esa matanza á los españoles de por acá, que desde el descubrimiento y la conquista de América hasta hoy no han hecho más que predicar y legislar en favor de los indios.

Ya me extrañaba yo que hisiésemos er viaje sin sorpresas. ¡Pero camará, que no haya medio de librarse de esa gente!... Cambió algunas palabras en alemán con el primer oficial y luego gritó a unos camareros españoles que estaban al servicio de «los latinos»: A ve esos güenos mozos; ¡tráiganlos pa acá!

23 y que otras navecillas habían arribado de Tiberias junto al lugar donde habían comido el pan después de haber el Señor dado gracias; 24 cuando vio pues la multitud que Jesús no estaba allí, ni sus discípulos, entraron ellos en las navecillas, y vinieron a Capernaum buscando a Jesús. 25 Y hallándole al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá?

Y tan agradecido era el buen hombre al comercio español, que enviaba a los de acá su retrato y los de sus catorce mujeres, unas señoras tiesas y pálidas como las que se ven pintadas en las tazas, con los pies increíbles por lo chicos y las uñas increíbles también por lo largas.

Pero cuando, al llevar la última carrada de muebles, preguntó a su mujer: « ¿Falta algo?», se oyó la vocecilla del duende, que, escondido en un palanganero, decía: « ¡Acá estamos todosEs frase popular en Andalucía, y suele decirla el que llega a una reunión donde no se contaba con él: ¡Aquí estamos todos!, dijo el duende. Véanse algunos ejemplos análogos al pasaje del texto.

Pues... tan dulce que... Después vino andando, andando hacia acá y se puso allí, delantito. Pasó por entre vosotras y vosotras no la veíais. Yo sola la veía... No traía el niño Dios en brazos. Dio dos o tres pasitos más y se paró otra vez. Mira, ¿ves aquella piedrecita?, pues allí... y me estuvo mirando... Yo no podía respirar.

Un silencio de estupor enmudecía á los tres personajes. El primero que le rompió fué el duque de Uceda. Encended las bujías, doña Ana dijo , venid después acá, y decidnos: ¿por qué razón, de una manera tan imprevista y tan enojosa nos encontramos aquí mi señor padre y yo?

¡Pero, mujer, si es el paisano Barragán! ¿No ves que es el paisano Barragán...? Ven acá, Barragán, ven a saludar a mi mujer. ¡No, no! gritó Elena dando un salto atrás y disponiéndose a correr. Costó trabajo convencerla de que el paisano Barragán no era un secuestrador y aún no pudo llegar a convencerse por completo. La verdad es que jamás bandido ni criminal alguno tuvo un aspecto más aterrador.

Le tentaba los brazos para convencerse de su fuerza; le hacía relatar sus peleas nocturnas, como valeroso campeón de una de las bandas de muchachos licenciosos, llamados patotas en el argot de la capital. Sentía deseos de ir á Buenos Aires para admirar de cerca esta vida alegre. Pero ¡ay! él no tenía diez y seis años como su nieto. Ya había pasado de los ochenta. ¡Ven acá, profeta falso!