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Compárese, pues, lo dilatado de este desde Buenos Aires, que pasa de 500 leguas, lo penoso y arriesgado de la travesia de sus pampas, por la escasez de agua é indios, con lo corto y suave del que puede abrirse por el Rio Negro, y de la seguridad de estos infieles, tomadas sus principales avenidas y puestos, que es otro de los asuntos que mas importa á la prosperidad de Buenos Aires, como demostraré en su lugar, por medio de las expresadas poblaciones.

En esto, Morsamor, así como Tiburcio que, vencedor de la caballería, estaba ya a su lado, vieron en el extremo del palacio, hacia donde estaba el harén y en una gran ventana que acababa de abrirse, una extraña figura que los llenó de pasmo. Nunca mujer más bella, elegante y majestuosa, había concebido Morsamor en su fantasía de poeta, ni había aparecido en sus más radiantes y amorosos ensueños.

Mi tía pujaba por abrirse paso, haciendo esfuerzos inauditos para conservar la manteleta sobre los hombros.

Siempre la veré así, con el pincel en la mano, vestida con una bata obscura, y coronada por su espléndida cabellera de oro, de la que un pálido sol de diciembre arrancaba reflejos tristes. Al oír abrirse la puerta volvió la cabeza y sonrió... Y aquella sonrisa me traspasó el corazón, pensando en lo que tenía que decirle. ¿Tan de mañana?... Buenos días me dijo alegremente.

En Santa-Elena, pequeña poblacion moderna de unos 600 habitantes, las montañas parecen abrirse para dar paso á la vida; el cielo es ya mas bello, el aire mas delicioso, y la naturaleza sonrie. Apénas hace un siglo que la Sierra-Morena era un desierto, una inmensa sucesion de encrucijadas espantosas, sin ninguna señal de vida, de industria ni de comercio.

Su progenie sacerdotal no estaba entre los mansos de corazón, sino entre aquellos clérigos que imaginaron abrirse las puertas del cielo con el hacha de combatir moros. Su fervor religioso tenía asomos de entusiasmo bélico.

Sonar la falsa tos, rechinar el hierro y abrirse la puerta, apareciendo en ella el galán, fue obra de un momento. A estar Cristeta menos enamorada, habría podido, durante las veinticuatro horas transcurridas desde la entrevista anterior, reflexionar sobre la conducta que le convenía seguir; pero ya no discurría tan frescamente como al salir de Madrid.

La puerta, al abrirse, le hizo volver la cabeza. Clementina, majestuosa y soberbia estaba delante de él. Ambos se examinaron en silencio durante unos instantes. Ella le encontró bien con su cabello blanco y rizado que servía de apropiado marco á una cara llena y sonrosada. Tenía, como siempre, hermosa presencia y su elegancia era propia de su edad.

Acababa de abrirse la puerta y el doctor salió del cuarto de su hija. El sombrío semblante del señor de Avrigny adquirió una expresión de severidad terrible al ver a Amaury ante . El joven sintió que sus piernas flaqueaban y cayó de hinojos pronunciando con ahogada voz esta palabra: ¡Perdón!

Las puertas estaban en dos piezas horizontales: la hoja inferior quedaba cerrada como una barrera, y la superior, al abrirse, era la única ventana que daba á la casa luz y aire. Las incesantes lluvias habían podrido aquellas habitaciones, reblandeciendo la madera, deshilachando sus fibras como si toda ella fuese á convertirse en gusanos.