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Actualizado: 21 de mayo de 2025


El tuteo, que pone en un pie de igualdad, que no debe existir entre padres e hijos, no hay duda que disminuye el respeto dijo la marquesa . Dicen que aumenta el cariño; no lo creo. ¿Acaso, hija mía, me habrías amado más si me hubieras tuteado? No, madre dijo la condesa, abrazándola con ternura , pero tampoco os hubiera respetado menos.

Quisiera que tocases la novena sinfonía de Beethoven, esa obra que tanto me gusta... Yo pienso que me tranquilizaría más que la tila y el azahar. ¡Pero eso no es molestia, hija mía! Es un placer replicó riendo el caballero. Y abrazándola de nuevo y estampando un beso en su frente se alzó del asiento, se acercó al piano y lo abrió.

Aun estaba en el lecho la pobrecilla. Al verme sonrió tristemente. ¿Ya te vas? murmuró con voz muy trémula. , tía; le contente, abrazándola ya es hora de irnos; ya dieron las seis y me están esperando.... Bueno... vete, y ¡que Dios te bendiga! Escribe luego que puedas. Saludas de nuestra parte al señor Fernández, y a la señorita. Escribe con frecuencia.

Y como la joven le mirase sorprendida, su hermana añadió tímidamente: Mamá se lo está comunicando en este momento a papá. La cara de Presentación expresó un gozo sincero. ¿Es de veras? ¡Cuánto me alegro, hermana de mi alma! exclamó levantándose y abrazándola con efusión. ¡Toma un beso, toma dos, toma veinte!... Sea enhorabuena.

Había en sus grandes ojos azules algo que recordaba el cielo, algo a la vez triste y sereno, candoroso y profundo, que comunicaba a todo su ser cierto poderoso y triste encanto, semejante al que infunde en el alma la inocente sonrisa de un niño huérfano. Acogióla la madre con sus más suaves mimitos y díjole al oído, abrazándola, que le traía una noticia muy buena, muy alegre, muy grande...

Alfonso sabía engolosinar a su madre con caricias astutas cuando quería obtener de ella algunos ochavos, y la besuqueaba y hacía mil zalamerías. Un secreto, mamá decía subiéndosele al regazo, y abrazándola y aplicándole su boca al oído . Un secreto... Ya, ya, ¡ay, qué rico!, lo que mi ángel quiere es un cuartito, ¿verdad?

Beatriz titubeó al pronto, pero después de un momento de reflexión respondióle abrazándola: ¡Qué buena eres!... ¡Cuánto te lo agradezco!... pero excúsame... soy todavía, a pesar de todo, demasiado altiva, para aceptar casa y mesa por pura caridad... Aquí al menos sirvo para algo... tengo deberes... presto algunos servicios, gano mi pan... en tu casa no sería otra cosa, al fin, que una parásita.

Pero cuando Preciosa vió a don Juan ceñido y aherrojado con tan gran cadena, descolorido el rostro y los ojos con muestra de haber llorado, se le cubrió el corazón, y se arrimó al brazo de su madre, que junto a ella estaba, la cual, abrazándola consigo, le dijo: Vuelve en ti niña; que todo lo que vees ha de redundar en tu gusto y provecho.

Palabra del Dia

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