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A sus pies, la madera de las raíces, que parecía guardar en sus nudos las primeras savias del planeta, abarcaba un radio mucho más grande que el ocupado por el ramaje en el espacio.

Grandes piedras irregulares, retostadas por el sol, asomaban entre la argamasa de los muros. Cerca del suelo, una oblicua saetera, semejante al ojo de enorme cerradura, había servido en otro tiempo para defender la puerta a flechazos. Las rejas eran toscas y tristes. La portada abarcaba casi todo el ancho de la torre.

En todo lo que abarcaba su vista, el mar ofrecía la tersura de un lago, teniendo por orla la línea de rompientes, y por el lado opuesto, una sucesión de tierras bajas que debían ser islas. Edwin siguió bogando. Varias veces hundió un remo verticalmente en el agua con la esperanza de tocar fondo.

Hablaba de la sociedad en la época de Luis Felipe; de los grandes estrenos del romanticismo, a los que había asistido; de las barricadas que había visto levantar desde su cuarto, callándose que al mismo tiempo abarcaba el talle de una «griseta» asomada junto a él. Su nieto había nacido en buen tiempo: el mejor de todos.

El horizonte circular que se abarcaba desde aquel punto culminante de la costa, aun sin apartarse del pie de la torre, ofrecía una grandiosa sorpresa en una zona tan pobremente accidentada que no presenta casi en ninguna porción de ella ni contornos ni perspectivas. Recuerdo que un día Magdalena y el señor De Nièvres quisieron subir a lo alto del faro. Hacía viento.

Quedóse parado delante de la palangana, en mangas de camisa y sin saber qué hacer, hasta que, convencido de la imposibilidad de refrescarse con agua, quiso al menos tomar un baño de aire, y abrió la vidriera. Lo que abarcaba la vista le dejó encantado. El valle ascendía en suave pendiente, extendiendo ante los Pazos toda la lozanía de su ladera más feraz.

Desde las ventanas de su cuarto abarcaba con la vista ancho espacio, extensos plantíos de nabos, frondosos maizales, hondonadas de donde subía rumor de agua corriente, casas pequeñas y dispersas, medio ocultas entre la frondosidad de enormes castaños acopados, y allá, en lo alto de algún cerro, una ermita con la cruz del tejadillo tronchada por el viento.

Se equivocó el hombre de mundo; creyó que la emoción acusada por aquel respirar violento la causaba su gallarda y próxima presencia, creyó en un influjo puramente fisiológico y por poco se pierde.... Buscó a tientas el pie de Ana... en el mismo instante en que ella, de una en otra, había llegado a pensar en Dios, en el amor ideal, puro, universal que abarcaba al Creador y a la criatura.... Por fortuna para él, Mesía no encontró, entre la hojarasca de las enaguas, ningún pie de Anita, que acababa de apoyar los dos en la silla de Edelmira.

Hay que hacer economías dijo con gravedad . Volveremos á pie. Siguieron unos senderos tortuosos, subiendo y bajando por las quebradas de la costa. Las pequeñas mesetas habían sido convertidas en miradores de piedra, desde los que se abarcaba un espacio inmenso. En algunos amaneceres se podía distinguir el lejano perfil de las montañas de Córcega.

La misma frescura, igual esbeltez, robusta y fuerte; idéntico fuego de arrogante vitalidad en sus ojos verdes. Parecía que al arder en incesante llama de pasión, en vez de consumirse se endurecía, haciéndose más fuerte. Su mirada abarcaba al diputado con una curiosidad irónica. ¡Pobre Rafael! siento no poder decirte lo mismo. ¡Cuán cambiado estás! Pareces un señor casi venerable.