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Actualizado: 22 de junio de 2025
Las auras, cargadas de sales marinas, vinieron frescas y vivas a besarla el rostro, pálidamente iluminado por la claridad difusa y temblorosa. ¡Qué hermosa descripción podría hacerse de mujer romántica, joven, bonita y abandonada!
Dentro, en la alberca, se escucha del débil chorro del agua la monótona caida, y el gemido de las auras en las rojas amapolas, en las dulces pasionarias, en la espesa madreselva y en las higueras enanas, que, con torcidas raíces, como bulbosas arañas, á las grietas del muro de la mezquita se agarran.
Eres la verde guirnalda De la cabaña pajiza, Que vas marchando de prisa Con el pasado á tu espalda Y á tu frente el porvenir. Donde huye la tribu errante Y clava el hombre su planta, Tu cabeza se levanta Cual la de inmenso gigante Que está diciendo: «hasta aquí.» Tú señalas las barreras Que dividen al desierto, Y oyes el vago concierto Que alzan las auras ligeras De la Pampa en el umbral.
A impulsos de la savia de su energía, agitan las palmeras sus verdes plumas; mientras allá, en la selva fresca y sombría, van flotando calladas las densas brumas. Como alígeras flores de oro y zafiro llevadas por el hálito de auras sutiles, los insectos se esparcen con manso giro a libar la ambrosía de los pensiles.
Desde luego no es un mundo de cal y canto como el que han ido construyendo los hombres para nido de sus vanidades dispendiosas y malsanas; es un compuesto de primores de la naturaleza en su más dulce reposo: auras de Mayo, rosas, follaje, pájaros..., ¡qué sé yo!, y, sobre todo ello, y para alumbrarlo, vivificarlo y embellecerlo, la Luz de mis ilusiones, del hada de aquellos encantados jardines.
Las florecillas que cubrían el techo de la cabaña, en imitación de los jardines de Semíramis, se acercaban unas a otras, mecidas por las auras, a guisa de doncellas tímidas que se confían al oído sus amores. La mar impulsaba blanda y pausadamente sus olas hacia los pies del duque, como para darle la bienvenida. Oíase el canto de la alondra, tan elevada que los ojos no alcanzaban a verla.
La que duerme arrullada por el cántico de las ingentes olas del Atlántico; la que empujó a Colón hasta la entraña del mundo nuevo, que copió su hechura; la que llevó a las pueblos fé y cultura y áuras de libertad... Esa es España.
Las que tratan de los sucesos ocurridos en el cerco de Granada, que son también las primeras que recuerdan la poesía árabe, por su fondo más rico y su bello colorido, se compusieron sin duda después de la conquista de esta ciudad; y así como esto no puede negarse razonablemente, así tampoco se puede desconocer que las auras del Oriente comenzaron entonces á infundir nueva vida y belleza en la poesía española posterior, aun cuando este influjo, limitado al principio á cierto linaje reducido de composiciones, necesitó algún tiempo para penetrar por otros senderos.
Sentí la vida en mis hinchadas venas cual lava ardiente discurrir de nuevo, y esperanzas, y dichas, y temores germinar en mi oscuro pensamiento; aspiré de la dulce primavera áuras y aromas en el triste invierno; la existencia encontré fácil y hermosa y de morir me abandonó el anhelo; me sentí renacer cuando ya estaba para el amor y la esperanza muerto, bajo la enorme losa de la tumba que levanté para mi amor primero.
La siesta asfixia. El son de los cañales preludia a la tagala esa canción de miel que ha desprendido la ilusión del pentágrama. Los insectos rebullen en las hojas sobre el tapiz de grama, y se duermen rendidos a los hálitos de un ambiente de lavas. El sopor se difunde, derramado por estivales áuras, y en el lejano término simulan dorarse las montañas.
Palabra del Dia
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