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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Las paletas, envueltas en un mantón, con el pañuelo fuertemente anudado a las sienes, volvían a cargar sus mercancías en los serones, y apoyando el barroso zapato en la báscula, saltaban ágiles sobre su asno, azuzándolo al trote hacia Madrid, para vender sus huevos y verduras en las calles inmediatas a los mercados. La invasión de los traperos hacíase más densa al avanzar el día.

Algunas de estas niñas eran de tez muy obscura, casi negra, que hacía resaltar las filigranas colgadas de sus orejas; otras de color de barro, todas ágiles, graciosas, esbeltísimas de talle y sueltas de lengua.

Como bestias menores, más ágiles y juguetonas en su incesante ladrido, los grupos del 75 aparecían interpolados entre los sombríos monstruos. Los dos capitanes habían recibido del general de su cuerpo de ejército la orden de enseñar minuciosamente al senador el funcionamiento de la artillería.

Se cree que los desmayas, malancos, manabos y tagabotes de la isla de Mindanao, así como los negros feroces de Nueva Ecija y otras tribus menos conocidas, sean pertenecientes á la gran familia de estos primitivos moradores de las islas. Los negritos son en general pequeños, delgados y ágiles; pero no mal formados.

Las que corrían eran ágiles como cabritillas, y al correr parecía que no tocaban el suelo con sus diminutos pies; la que las seguía con la vista, era de formas más abultadas y de movimientos menos suaves y graciosos; y aunque vestía lo mismo que ellas en forma y calidad, en la combinación de los colores y en el aire de su vestido había algo que no era del mejor gusto.

Sólo ellos se aprovechaban de las ventajas del progreso nacional. Eran los perros más fuertes y ágiles, y se zampaban los mendrugos que la civilización arrojaba al paso, por encima de nuestras bardas, mientras el pobre mastín español soñaba en medio de su corral, flaco, enfermo y cubierto de parásitos.

Como el día era de trabajo y la hora la menos a propósito para el descanso, eran dueñas absolutas de todo el paseo, para correr por él sin estorbos ni tropiezos, hasta media docena de niñas, de nueve años la más esponjada; todas risueñas, todas ágiles, todas hechiceras, como son todas las niñas a esa edad, cuando no están cohibidas por la opresión del vestido de gala o de las botitas recién estrenadas.

Dos palillos mal forrados en un pellejo sobrante eran los brazos, que no cesaban de moverse, amenazando tocar un redoble sobre la cara del oyente; y dos manos de esqueleto, con las falanges tan ágiles que parecían sueltas, no paraban en su fantástico girar alrededor de la frase, cual comentario gráfico de sus desordenados pensamientos.

Estamos a la espera de lo que llega, crédulos y fatuos para aceptar como una fortuna la primera hembra que nos mire, ágiles y prontos para nuevos deseos, olvidando el ayer con la inconsciencia de una profesional...» De nuevo el recuerdo de la carta con los juramentos de Sigfrido volvió a su memoria.

Iba descalza: sus pies, ágiles y pequeños denotaban familiaridad consuetudinaria con el suelo, con las piedras, con los charcos, con los abrojos. Vestía una falda sencilla y no muy larga, denotando en su rudimentario atavío, así como en la libertad de sus cabellos sueltos y cortos, rizados con nativa elegancia, cierta independencia más propia del salvaje que del mendigo.

Palabra del Dia

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