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Arrimándose la armada á ella, descubrimos dos bajeles de remos que estaban surtos en la Cántara, en parte donde les era imposible huir. Estaba Juan Andrea muy malo, y envióle el Duque á decir que ordenase á D. Sancho que fuese á tomar aquellos bajeles, que á lo que se podía juzgar parescían galeotas.

A la sazón carecían de hojas, pero la caricia abrasadora del sol impelía a la savia a subir, a las yemas a hincharse. Las desnudas ramas se recortaban sobre el limpio matiz del firmamento, y a lo lejos el mar, de un azul metálico, como pavonado, reposaba, viéndose inmóviles las jarcias y arboladura de los buques surtos en la bahía, y quietos hasta los impacientes gallardetes de los mástiles.

Las tripulaciones de los buques de guerra surtos en la rada venían á fundir en esta variedad de uniformes la nota monótona de su azul negruzco, casi igual en todas las marinas del mundo... Y á la amalgama militar se agregaba la pintoresca variedad de la vestimenta civil, el carácter híbrido del vecindario de Salónica, compuesto de varias razas y religiones que se entremezclan sin confundirse.

Prosigue D. Álvaro de Sande. Quiso Dios que el día siguiente, que fué á 2 de marzo, no solamente se mejoró el tiempo para ir á nuestro viaje; pero refrescó tanto al contrario, que partiendo con él para los Gelves, conforme á la determinación que se había tomado, que en menos de diez días fuimos surtos al cabo que llaman de Valguarnera, que es lo último de la isla á la parte de poniente, y donde es la parcialidad más enemiga de turcos, y era la obstinación de los tiempos malos tanta, que estuvimos sin poder desembarcar cinco días; y contra la opinión que llevábamos, no solamente á los moros les pesó de nuestra ida allí, pero nos negaron las vituallas, y el día siguiente, que nos desembarcamos, que fué á los 8 de marzo, por defendernos los pozos, dieron la batalla; y acampándose juncto con nosotros, estuvieron cinco días, hasta que visto que el Duque quería volver á pelear con ellos, se rindieron y sometieron á la devoción de V. M., echando los turcos del castillo é entregándole, é con las demás condiciones que V. M. habrá visto.

En el mismo instante surgió otra luz, allá a lo lejos sobre la masa oscura de los árboles de la opuesta orilla. La batelera comenzó a manejar los remos procurando no hacer ruido. El pueblo de Pasajes reposaba. En los buques surtos en la bahía habíanse apagado ya los fogones, y los tripulantes se entregaban descuidadamente al sueño. La noche estaba encapotada y apacible.