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Ese enjambre de mozos y sirvientes que viven de las propinas, y en quienes consiste que ninguna cosa cueste realmente lo que cuesta, sino mucho más: la abaniquera de abanicos de novia en el verano, a cuarto la pieza; la mercadera de torrados de la Ronda; el de los tirantes y navajas; el cartelero que vive de estampar mi nombre y el de mis amigos en la esquina; los comparsas del teatro, condenados eternamente a representar por dos reales, barbas, un pueblo numeroso entre seis o siete; el infinito corbatines y almohadillas, que está en todos los cafés a un mismo tiempo; siempre en aquel en que usted está, y vaya usted al que quiera; el barbero de la plazuela de la Cebada, que abre su asiento de tijera, y del aire libre hace tienda; esa multitud de corredores de usura que viven de llevar a empeñar y desempeñar; esos músicos del anochecer, que el calendario en una mano y los reales nombramientos en otra, se van dando días y enhorabuenas a gentes que no conocen; esa muchedumbre de maestros de lenguas a treinta reales y retratistas a setenta reales; todos los habitantes y revendedores del rastro, las prenderas, los... ¿no son todos menudos oficios?

Los puestos, los palcos y lunetas, á pesar de su incomodidad y su grosera estructura, cuestan en lo general, en las plazas de toros, respectivamente lo mismo que en los teatros. Es increible el interes que el espectáculo despierta, dando lugar á la ventajosa especulacion que hacen los revendedores de billetes.

El ruido que los amigos de Inocencio habían hecho con motivo del drama, el haberlo elegido Clotilde para su beneficio y la voz esparcida de que la célebre actriz iba a obtener en él un triunfo señaladísimo hizo que los revendedores expendiesen todas las localidades a precios fabulosos: conozco un marqués que dio once duros por dos butacas.

El calor sofocante, el polvo cáustico, el infernal estrépito de los carruajes, el peligro de ser por ellos atropellado, los pillos callejeros y algunos otros mercaderes, el rescoldo de las bebidas, el veneno de los estancos, la brutalidad de los cocheros, el vandalismo de los revendedores, la inhospitalidad de todo el mundo, el materialismo, la usura de la civilización: éstas son para las únicas verdades de la corte

Por la mañana arremolinábase la gente, con empujones y codazos, en torno de los revendedores que en la plaza de San Francisco voceaban las de «sol» y de «sombra»; y como si la ciudad acabase de sufrir una invasión, tropezábase en todas partes con gentes de la huerta y de los pueblos: unos con pantalones de pana y manta multicolor; y otros, los tipos socarrones de la Ribera, vestidos de paño negro y fino, la chaqueta al hombro, dejando al descubierto la blanca manga de la camisa, los botines de goma entorpeciéndoles el paso, y en la mano un bastoncillo delgado, casi infantil, movido siempre con insolencia agresiva.