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El calor sofocante, el polvo cáustico, el infernal estrépito de los carruajes, el peligro de ser por ellos atropellado, los pillos callejeros y algunos otros mercaderes, el rescoldo de las bebidas, el veneno de los estancos, la brutalidad de los cocheros, el vandalismo de los revendedores, la inhospitalidad de todo el mundo, el materialismo, la usura de la civilización: éstas son para las únicas verdades de la corte

Me dio lástima aquel pobre ser enclenque y miserable, que disputaba a los perros callejeros su alimento y, diciéndole que me siguiera, lo conduje hasta "La Croce di Malta", en la calle cortada del Mercado del Plata, donde a todas horas de la noche se encontraba un pan, una botella de vino y un plato de busecca.

Tenía por suyo el paseo, la calma de la noche, el puro silencio que le envolvía; la impúdica invasión de libertinos callejeros y mercenarias ambulantes causábale el efecto de un atentado contra su propiedad. Un sentimiento de asco le hizo ponerse en pie; y recogiendo su sombrero, salió de la obscura alameda.

Ya sabía ella que todo aquello era mojama y conversación de Puerta de Tierra. ¡Pues no faltaba más que dos gachós tan serranos se juntasen y se apartasen como dos perros callejeros! Andad, hijos, que las piedras de la calle os irán echando bendiciones. Soledad, no consientas más en la vida que ese desaborío te regale ligas. Ya te anuncié que habíais de reñir...

Apeló entonces a los medios que suelen emplear los tenorios callejeros; sobornó a la portera y pudo cerciorarse de que su madrastra habitaba allí en efecto hacía tres meses; pero su hermana había ido a pasar una temporada al campo con unos amigos por no encontrarse bien de salud. Renunció por entonces a pasear la calle aguardando su regreso. Y al cabo de algún tiempo sucedió lo que vamos a ver.

Presión grande hubo de hacer sobre su espíritu la desgraciada mujer para resignarse a tan atroz desventura... ¡Ser llevada a un recogimiento de mendigos callejeros como son conducidos a la cárcel los rateros y malhechores! ¡Verse imposibilitada de acudir a su casa a la hora de costumbre, y de atender al cuidado de su ama y amiga!

¡Qué quiere que haga, señor vigilante! Disputaba a aquel atorrante y alzando el brazo me mostró un perro de esos callejeros, flaco y sucio, que parado sobre tres de sus cuatro patas por tener una enferma, nos miraba desde el atrio ¡esos restos de pescado y de puchero que he envuelto en ese diario! ¿Para qué?