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La catedral se quedó con las pechinas en blanco, y Molina vendió los lienzos a un inglés. Pasado algún tiempo, el deán cogió una pulmonía en el coro, y el pintor se volvió tísico, muriendo ambos con diferencia de unas cuantas horas.

Deseoso de acrecentar su fama, y también de hacer fortuna, estaba precisamente a punto de expatriarse, como tantos otros, cuando le buscó el deán encargándole los bocetos para las cuatro pechinas; trabajo que aceptó gozoso, primero por dejar en su patria muestra de lo que valía; y, segundo, porque necesitaba arbitrar recursos para el viaje. Diose luego a pensar en cómo realizaría su trabajo.

Entre punta y punta, un elegante arco ultra-semicircular, al cual se adapta una tabla de alabastro calada, deja á la vista paso dudoso al azul del cielo; con esto, ostentando la cúpula que sobre el octógono y sus pechinas se levanta un verdadero prodigio del arte mosáica por los dibujos y vivos esmaltes con que en ella se fingen las mas preciadas estofas del Asia, el domo bizantino reproduce á la imaginacion del que absorto lo mira una ligera tienda de campaña de sedas, lino y oro, fija en tierra con ocho varas dobles colocadas en círculo, henchida por un recio viento, y como tirando para desprenderse y alzarse rápida á la region de las nubes.

Sostienen estos arcos torales una cúpula oval con su cornisa de mútulos y friso adornado de festones pendientes. Tanto la cúpula como las pechinas estan cuajadas de recuadros, medallones, festones, cartelas, y hasta estátuas de todo bulto. Dan luz á aquella ocho espaciosas lumbreras. El coro está decorado en su parte superior de una manera muy poco adecuada para un templo.

Veránse en él arcadas sin arquitrabes, puertas cuadrangulares y ventanas de plena cimbra, portaditas sencillas y galanas con su dintel recto, su arco de medio punto encima y su tímpano ligeramente decorado; alguna que otra imitacion del arte oriental; como el arco de herradura, la pequeña cúpula sobre pechinas, los ajimeces, los ladrillos barnizados, las molduras y cenefitas de pometados, puntas de diamantes y flores de loto, los capiteles de forma cúbica, etc.

La cosa no tenía nada de fácil. Vistas desde el pavimento de la nave las pechinas, eran cuatro superficies triangulares y cóncavas que parecían tener desde la base al vértice tres metros o poco más, pero miradas de cerca, en lo alto del andamiaje, eran disparatadas de grandes.

Mas no todo salió a gusto del deán, y como aún faltaban por decorar las cuatro pechinas formadas por los arcos del crucero, se deshizo de los artistas que hasta entonces trabajaron en la iglesia, y buscó uno capaz, a juicio suyo, de concebir y ejecutar maravillas. El pintor en quien se fijó era hombre de extraordinario mérito.