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Fue a verle una tarde Villalonga, y lo primero que le dijo Feijoo, mientras se dejaba abrazar por él, fue esto: «Pero, hombre, ¿será usted tan malo que no le la canonjía a mi recomendado?». Por Dios, querido patriarca, tengamos paciencia... Haré lo que pueda. Le puse una carta muy expresiva a Cárdenas mandándole la nota. Pero considere usted que es un arco de iglesia. ¡Canonjía!

Hizo prevenir una nave el Adalantado, con 80 soldados, de que nombró por capitan á Hernando de Rivera, mandándole subiese por el rio Paraguay, buscando la nacion de los indios Xarayes, y que entrase la tierra adentro, dos dias y no mas, y volviese á darle cuenta de la provincia, y sus indios.

El comendador, mientras tanto, no renuncia á la esperanza de lograr sus deseos á fuerza de constancia: ha recibido una orden del Rey mandándole formar un destacamento de sus súbditos, que ha de reunirse con un ejército numeroso, organizado contra los moros, y resuelve nombrar su capitán al esposo de Casilda.

Primero le había puesto Juan Bou a copiar dibujos fáciles con tinta autógrafa; pero mostró tan escasa disposición para esto, que le confirmó a la imprenta, mandándole adiestrarse en la caja.

Le habría contestado mandándole á paseo, si la enfermedad del niño no le trajera tan afligido y sin ganas de pensar en negocios. Pasaron dos días, y allá te va otra esquela angustiosa, de in exiremis, como pidiendo la Unción.

Entonces la ciudad recurrió al rey, que, enterado del caso, envió en 20 de Noviembre de 1636 una provisión al regente de la Audiencia de Sevilla, que lo era don Paulo de Arias Temprado, mandándole que abriese inmediatamente escrupulosa información sobre la vida y milagros del famoso Roque y que se remitiera al Concejo.

Entregó la Jacinta su trenza, con algún dinero que le exigieron, pues no era cosa de dar la felicidad de balde, y recuperó á los pocos días su trozo de camisa, mandándole á decir la bruja que con que lo quemase á fuego muy vivo era lo suficiente para que viese cumplidos los vehementes deseos.

Por esta y por otras muchas maldades que se descubrieron, se comprendió que don Raimundo era un monstruo abominable, por lo cual el rey pudo ejercer provechosamente su justicia mandándole ahorcar, como le ahorcaron con general regocijo de los ciudadanos de Oviedo, porque D. Raimundo era muy aborrecido y porque en aquella edad tan ruda la filantropía no era cosa mayor y no infundía repugnancia la pena de muerte.

Había llamado el tal a un pintor, y mandándole hacer un cuadro de las Once mil vírgenes, y el contrato había sido darle un ducado por virgen, que por cierto no fue caro.

Vomitaba la vieja su ira contra él, le decía las mayores injurias, le llamaba cobarde, mandándole perseguir á su sobrina. El joven no podía resistir más el horror que le inspiraba aquella casa maldita. Miró á la devota, que permanecía aún sin movimiento, y afligido por la sin igual desventura de mujer tan infeliz, salió de la casa. #Conclusión.#