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Siguiendo la muralla en la parte mas alta del Tozal , se hallaba la puerta de Zaragoza, porque antes empezaba desde ella el camino que conducía a dicha ciudad: entre ambas puertas hay una pequeña planicie, en la cual el día 7 de Enero de 1486, tuvo lugar un auto de fe: fueron allí quemados por heréticos o judaizados, nueve vecinos de Teruel, siete hombres y dos mugeres: desplegose fúnebre e inusitada pompa para el cruento espectáculo: escoltados por mucha gente armada de a pie y de a caballo llevaron a los presos por la carretera de la cárcel, desde las casas llamadas del Arzobispo, hasta la plaza llamada del Mercado, en la cual habían erigidos dos cadalsos: subieron al uno el inquisidor y sus ministros con trages negros; ocuparon el otro las víctimas con sambenitos amarillos y mitras de color negro: después de una arenga que les dirigió el inquisidor, leyose a cada uno su proceso y deposición de testimonios, y luego llevados a la planicie mencionada, y en la era de Pero Pancha fueron quemados en las grandes hogueras que al efecto se habían encendido.

No se atrevió a insistir. Le costó gran trabajo tragar aquella píldora. Estuvo una porción de días sin poder pensar apenas en otra cosa. La idea de que sin darse cuenta de ello pudiera incurrir en algún error condenado por la Iglesia le inquietaba vivamente. Indudablemente el leer libros heréticos, el pensar demasiado en los fundamentos de la religión era parecido a jugar con fuego.

Sólo afirmo que, sin incurrir en error contra la fe, porque ni el molinismo, ni menos su mitigación por el congruismo de Suárez, fueron nunca calificados de heréticos, los jesuítas defendieron y sostuvieron la libertad del hombre, sin salir fuera del circulo de la creencia católica, y en cuestión la más oscura y difícil de la teología, y aun de todo pensar filosófico, por donde será siempro para teólogos y filósofos manantial y semillero de disputas hasta la consumación de los siglos.

El segundo curioso incidente consiste en el escrúpulo de conciencia que llegó á sentir por la prosecución de estas inteligencias, que consideraba «las de su verdadera vocaciónUn confesor italiano desvaneció aquél, diciéndole que, por los deseos de venganza que abrigaba contra su antiguo señor, pecaba mortalmente; pero que tratando, como Consejero del Rey de Francia y como católico, del bien general de Europa, considerados los fines que se proponía, su inteligencia con Estados heréticos no sólo era excusable, sino altamente meritoria .

Breve de Su Santidad de 26 de junio de 1607, dado á ruego de Antonio Pérez, absolviéndole ad cautelam de las censuras en que hubiera podido incurrir por el comercio que había tenido con heréticos, aunque no hubiera dejado de ser católico.