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¡La señora Adela! exclamó la muchacha, y se puso con un ardor febril a su interrumpido trabajo, mientras Mustafá gruñía sordamente. Tardó poco en llegar una mujer harapienta, alta, huesosa, como de treinta y cinco a cuarenta años, que fijó en una mirada insolente. ¿Qué quiere este caballero? preguntó con acento de amenaza a la pobre niña.

Su única falda roja, ajada, estaba sucia y harapienta, como lo había sido la de la niña. Jamás se había oído a Melisa aplicarla cualquier término infantil de cariño. Nunca le enseñaba en presencia de otros niños.

Conversaba con ella, en inefable dulce coloquio, como en otros dias; mirábala llorar de amor, y loco sus lágrimas bebia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Creia verla, entrándome en su alma, pura como mi amor, pura y bendita; creia que me amaba y que era buena... ¡Y era mentira! Triste, marchita y harapienta y sola, ocultando su faz con extraño rubor, casi á mi lado hoy la he visto pasar.

Este era su único vicio. ¡Pobrecillo!... De mujeres y de juego, ni señal. Su egoísmo, que le hacía ir bien vestido, mientras la familia andaba harapienta, y su desigualdad en el reparto de los productos del trabajo, compensábalos con iniciativas generosas.

Nada mas extraño que la fisonomía de esa ciudad, simultáneamente gótica, árabe y gitana, artista y fabricante, religiosa y voluptuosa, rica y harapienta, llena de jardines y de miserias,-bella y horrible, animada y cadavérica, esperanza y escombro al mismo tiempo. Allí todo es contrastes, conjunto de los tipos mas diversos, rasgos de la mas compleja fisonomía social que puede hallarse.