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Lo que retengo en la memoria admirablemente es que Gloria me sirvió almíbar de azahar, diciéndome que era cosa exquisita, y que yo no lo encontré tanto, y que ella se enfadó y me dijo que era un simple y un desaborío, y que yo, para cortar la discusión, le dije que si me la sirvieran a ella en ese almíbar la comería, pero otra cosa, no; y que ella me respondió, riendo, que yo «era un gaditano con más conchas que un galápago». En cambio, cinco yemas de San Leandro, que me hizo comer una tras otra, me parecieron deliciosas, y alabé las manos de las monjas y a Dios, que las había criado.

La arquitectura y la arqueología, la historia y la leyenda, extrañas completamente al alegre caserío gaditano, reaparecían, pues, á mi vista con sus venerandos caracteres. Grandes escudos heráldicos campeaban encima de varias puertas, ó en los espaciosos lienzos de fortísimos muros, ó en el herraje negro y feudal de rejas y balcones.

Me llamó la atención una joven bastante linda que, mientras hablaba con don Acisclo, dirigía miradas de amor al través del follaje de una hortensia al lenguado gaditano, que le correspondía por el mismo conducto, sin dejar de meterse el dedo en la nariz. Los lienzos de las paredes estaban llenos de cuadros al óleo.

Este, vuelto á las buenas y revistiéndose de gravedad, manifestó que todo era una broma y que nadie sabía mejor que él que su sobrino era gaditano por los cuatro costados. Luego, dirigiéndose á éste, comenzó á darle satisfacciones. Pero, hijo, ¡quién no ha de reconocer tus buenas cualidades!

Ni la casa de Austria ha venido nunca tan a menos. Fuera los azucarillos, que gravan el presupuesto. Luego, no crea usted, había aquí muchos que se los comían secos por golosina. ¡Una ruina, hijo, una ruina! ¿Ve usted aquel pollito que parece un lenguado gaditano en tartera, aquel que se mete el dedo por la nariz en busca de los sesos? Pues ése se ha comido trece una noche, y no le pasó nada.

No importa, lo guardaré en el fondo del pecho y allí lo tendré sin comunicárselo a nadie, como un recuerdo precioso de usted. ¡Anda! ¡Cualquiera diría que es usted gallego! Con esas palabritas gitanas, más parece usted un gaditano. ¿El nombre? Nada, no quiero que se lo guarde usted en el pecho. Le va a producir catarros. Guasitas, ¿eh? Además, ¡quién sabe los que tendrá usted ya ahí almacenados!