United States or Sudan ? Vote for the TOP Country of the Week !


El espectáculo que ofrecía la plaza era precioso; los techos enteramente blancos; todas las líneas horizontales de la arquitectura y el herraje de los balcones perfilados con purísimas líneas de nieve; los árboles ostentando cuajarones que parecían de algodón, y el Rey Felipe III con pelliza de armiño y gorro de dormir.

El herraje de los braseros parecía atizarse entonces en la sombra; pero, inmediatamente, llegaba la larga hilera de servidumbre trayendo una aurora de luminaria, que resplandecía en la palidez de los rostros, en la blancura de las lechuguillas, en el sayal amarillento de los dominicos, haciendo chispear las veneras de las Ordenes militares y los preciosos joyeles sobre los terciopelos y brocados.

Viajando en trineo por las montañas es como se aprende á hacer conocimiento con las nieves. La ligera armazón se desliza sin ruido; no se nota el choque del herraje con el suelo duro, y parece que viaja uno por el espacio, arrebatado como un espíritu, ora se rodea la curva de un barranco, ora el relieve de un promontorio.

Sonaba el fuerte herraje de los cierres, y la bestia se veía sumida en la obscuridad y el silencio, prisionera en un pequeño espacio donde sólo le era posible acostarse sobre sus patas.

La arquitectura y la arqueología, la historia y la leyenda, extrañas completamente al alegre caserío gaditano, reaparecían, pues, á mi vista con sus venerandos caracteres. Grandes escudos heráldicos campeaban encima de varias puertas, ó en los espaciosos lienzos de fortísimos muros, ó en el herraje negro y feudal de rejas y balcones.

Jamás Viena corriendo hacia el Práter, Berlín hacia el Linden, París hacia el Bosque, habían presentado espectáculo tan original y pintoresco como el que ofrecía a la puesta del sol aquella inmensa avalancha de trenes lujosísimos, la mayor parte descubiertos, atestados de mujeres de todos tipos, de todas edades, con trajes de colores vivos, mantillas blancas o negras, peinetas de teja y flores en la cabeza, en el pecho, en las manos, en los asientos y portezuelas de los coches, en las frontaleras de los caballos y en las libreas de los cocheros, confundiéndose, sin atropellarse, en aquella baraúnda ordenadísima, carruajes, caballos, jinetes, arneses, prendidos, libreas, cocheros con la fusta enarbolada, lacayos con los brazos cruzados, retintines de bocados y crujidos de látigos, efluvios de primavera y perfumes de tocador, olor a búcaro de la tierra recién regada, y fragancia de lilas, azucenas y violetas; envuelto todo como en una gasa en un polvillo fino y brillante, iluminado todo con golpes de luz bellísimos por los reflejos del sol poniente, que penetraba por entre las copas de los árboles, haciendo brotar resplandores de incendio en la plata de los arneses, los botones de las libreas y el herraje de los coches.

Este bazar, de gran fachada y de fondos negros y vacíos si no de telarañas y de sogas de esparto, de escobas de palmiche, un poco de herraje basto, otro poco de loza de Talavera, dos sartas de cencerrillos y otros pocos más de incongruencias por este arte, tiene, como usted recordará, un gran papagayo de cartón pintorroteado encima del letrero que corona su escaparate.

Tenía dos alcobas y un gabinete; las puertas, macizas también y de abultado herraje; y como allí «se daban» reuniones, abundaban las sillas más que en casa de Rufita González, y aun había algunas de tapicería de lana; las alfombras eran de fieltro; se contaban hasta cuatro rinconeras con baratijas del bazar de Periquet, y sobre la consola, amén de los clásicos floreros con fanal y un relojillo de bronce que no andaba años hacía, más baratijas valencianas y muchos caracoles y cascaritas de la playa.

En una especie de rotonda, adornada con antiguas pinturas al fresco, ya del todo desteñida y borradas, abríase una gran puerta de roble con herraje de bronce y bellos tableros de talla. En vano intentó la condesa levantar con sus delicadas manecitas el enorme pestillo cincelado: estaba la llave echada.

Abrió suavemente la ventana y un puñado de fina arena cayó en el cuarto. Se inclinó vivamente con una palpitación de esperanza, y á menos de un metro por debajo de la cornisa de piedra vió una forma negra que estaba de pie en el herraje de la estufa. La joven dejó escapar una exclamación. La sombra se separó un poco del muro y Herminia reconoció á su marido.