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No obstante, como no hay compañía, por buena que sea, a la que no haya que dejar, el señor Domet se dirigió discretamente hacia la puerta cuando faltaban pocos minutos para media noche. Aun quedaban veinte personas en el salón. La señora Chermidy lo llamó en voz alta con la graciosa desenvoltura de un ama de casa que no perdona a los desertores.

Así, ¿ya no queda ninguno en esas viviendas especiales? El consejo municipal del departamento del Sena ha hecho demoler las casas de que usted habla. Ya no hay guaridas para la caza, ni caza para las guaridas. ¡Bondad divina! ¡estamos en la edad de oro! Señor Domet, usted deshoja mis ilusiones una por una. ¡Qué manera de quitar poesía a la vida!

Los dos primeros están provisionalmente en un almacén de papel; el tercero es jardinero y el cuarto tiene una cerrajería. Señor Domet, es usted un grande hombre; perdóneme si he dudado de su erudición. ¡Mientras que no dude de mi obediencia! El señor Domet partió; era la una y todos se levantaron el uno después del otro.

Será una pérdida sensible para los autores de folletines. Pero, en fin, señor Domet, ¿qué es de esas gentes? ¿Qué hacen? ¿Qué dicen? ¿Dónde viven? ¿Cómo van vestidos? ¿Dónde se les encuentra? ¿Cómo se les puede reconocer? ¿Aun van marcados? Algunos; los decanos de la orden. La marca ha sido suprimida en 1791, restablecida en 1806, y abolida definitivamente por la ley de 28 de abril de 1832.

Querido señor Domet le dijo , es usted demasiado encantador para que le devuelva tan pronto la libertad. Venga usted aquí, a mi lado, y cuénteme otra de esas historias tan interesantes que sabe usted. El excelente hombre obedeció con muy buena voluntad, aunque tenía por principio acostarse pronto y levantarse temprano.

El señor Domet respondió a todo alegremente, rápidamente, con ese buen humor de las personas de edad que es el fruto de una vida tranquila. Pero no estaba completamente tranquilo y se removía en su sillón como un pescado en la sartén.

Hermosa dama, la vida no carecerá jamás de poesía para los que tengan la dicha de ver a usted. Este cumplimiento fue disparado con una tal ampulosidad de galantería burguesa, que toda la asamblea aplaudió. El señor Domet se ruborizó hasta el blanco de los ojos y miró las puntas de sus zapatos. Pero la señora Chermidy le llamó de nuevo a la cuestión.