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Cuando la tortilla dió vuelta confieso, hijo, que me alegré y le puse un cirio á San Rafael bendito, porque eres un gitano falso, traidor, sin vergüenza, y me tenías á la pobrecilla fatigaita, y porque, sin razón, delante de los amigos, la corrías como una mona. ¡Ajá! San Rafael tuvo lástima de ella y te dió lo que merecías. Ya sabes lo que son ducas. En la cara las llevas señalás.

¡Qué quiés, hijo! dijo éste, como excusándose . Hay que ayudarse, y la escuela consume más que toos los parroquianos de la taberna. Viene mu buena gente: señoritos que quién aprender pa lucirse en las becerrás; extranjeros que se entusiasman en las corrías y les entra la chiflaúra de hacerse toreros a la vejez. Ahora tengo uno dando lición. Viene toas las tardes. Vas a ve.

Conocía el tiempo lo mismo que un pastor viejo, y no había miedo de que se equivocase. Luego se encaró con Gallardo. Te voy a echar este año unas corrías magníficas. ¡Qué toros! A ver si les das muerte como güenos cristianos. Ya sabes que este año no he quedao contento der too. Los probesitos meresían más.

Sólo uno o dos que se mostraban ante el hierro de la garrocha bravucones y acometedores pasaban a ser considerados como animales de lidia, viviendo aparte, con toda clase de cuidados. ¡Y qué cuidados!... Una ganaería de toros bravos decía el marqués no debe ser negosio. Es un lujo. Le dan a uno por un toro de corrías cuatro o sinco veses más que por un buey de carnicería... ¡pero lo que cuesta!

Gallardo le sabía dueño de una taberna en las inmediaciones del circo, donde vegetaba lejos del trato de aficionados y toreros. No esperaba verle en la plaza, pero el Pescadero dijo con expresión melancólica: ¿Qué quiés? La afisión. Vengo poco a las corrías, pero aún me tiran las cosas del ofisio, y paso como vecino a ve estas cosas. Ahora no soy mas que tabernero.