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El más esencial primor de la flirtation consiste, a lo que me han asegurado, en disparar dardos tan invisibles, que la persona que los dispara pueda darse por desentendida; en augurar favores sin que se atine jamás ni con el fundamento ni con el testimonio del agüero, y en evocar esperanzas en virtud de conjuros tan misteriosos que no los perciba quien los pronuncie.

Lo que atine a poner aquí el profano, frío, escéptico y pobre narrador de esta historia, no debe mirarse, cuando más, sino como informe bosquejo de lo que dijo aquel hombre entusiasta y creyente. El P. Enrique dijo así: A fin de dar cumplida contestación a los argumentos de D. Anselmo sería menester desenvolver ahora las doctrinas todas de una altísima ciencia.

De aquí proviene que no atine yo a decidir hasta qué punto en Quitolis y en el que escribe su historia hay en germen un heresiarca: hasta qué punto ha permitido Dios y ha suscitado el diablo un Chanig o un Fox a la sordina en la muy católica ciudad de Almería. Teólogos inquisidores podrán decir sobre esto, si consideran que el caso lo merece.

Mi ser íntimo está formado de suerte, que nunca en mi sentir, ni en otra vida mejor, como nunca no atine yo a ganarlas en esta, podrá hallar satisfacción, paz y ventura. El desengaño amargo, el conocimiento de mi impotencia, el recuerdo ponzoñoso de mis derrotas, subirán conmigo a la gloria, aunque yo suba a la gloria, y me la trocarán en espantoso infierno.

Al volver a sentarse me dijo que no sabría descifrar el enigma planteado con mi contestación. «Quizá» le contesté «fuera indiscreto aclararlo sin su permiso.» «¿Y necesita usted de mi autorización para hablar?», me preguntó riéndose. «No se ría usted» le dije, «porque acaso hubiéramos de hablar de cosas serias... muy serias». «Vea, usted... señor... a me interesan siempre las cosas serias... a pesar de ser una muchacha como cualquiera... Cuando vienen ciertas personas a visitar a tata y hablan de «cosas serias», yo me entretengo mucho más que con las conversaciones de mis amigas... ¿qué raro, eh?» «En un espíritu selecto como el de usted» le respondí, «eso se explica; pero, desgraciadamente, mi conversación no tendrá aquel carácter, y permítame que insista en pedirle su permiso para hablarle de las «cosas serias» a que me he referido.» ¿Y quieren creer ustedes lo que me dijo?... Pues me preguntó con una ingenuidad insuperable: «¿Usted va a comer con nosotrosYo me quedé como aturdido y sólo atiné a decirle: «Creo que usted no está segura de que su señor padre venga a comer...» «Por eso le pregunto» me contestó, «para mandarlo buscar.» «Pues bien», le dije, en una forma que no pude reprimir, «de usted depende que acepte su inestimable invitación o que me retire inmediatamente, y acaso para siempre». Yo había visto a la Pampita sonriente, amable, bromista, seria, sin perder el gesto de suprema bondad que la distingue: ¿te acuerdas, Lorenzo?