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Dióle las muestras más patentes y lisonjeras de su predilección; dejó mil veces plantado a todo un círculo de admiradores, y rompiéndole, en los bailes, fué a asirse del brazo del desdeñoso. Para él fueron las más dulces miradas, las más afectuosas sonrisas; todos aquellos signos, en suma, que suelen augurar favor y revelar amor, sin traspasar los límites de la modestia y del decoro.

En los del hombre no descubría presagio de infortunio; antes al contrario, estaban expresivos, atrayentes, llenos de promesas dulcísimas. En cambio ¡hay momentos en que las cosas hablan! el faldellín y las botas de raso parecían augurar más sinsabores que el coro de la tragedia antigua. Un reloj de cuco que había en el pasillo inmediato, dio pausadamente las tres de la madrugada.

El más esencial primor de la flirtation consiste, a lo que me han asegurado, en disparar dardos tan invisibles, que la persona que los dispara pueda darse por desentendida; en augurar favores sin que se atine jamás ni con el fundamento ni con el testimonio del agüero, y en evocar esperanzas en virtud de conjuros tan misteriosos que no los perciba quien los pronuncie.

Una mirada había bastado al señor de Monthélin para conocer que Juana había llorado. No era la primera vez que sorprendía un síntoma igual, en una mujer abandonada de su marido, y tenía por costumbre, no sin razón, augurar de ahí, favorablemente respecto a sus pretensiones.

Esperemos que el espíritu de aquel titánico organismo social, que ha sido hasta hoy voluntad y utilidad solamente, sea también algún día inteligencia, sentimiento, idealidad. Esperemos, que de la enorme fragua surgirá, en último resultado, el ejemplar humano, generoso, armónico, selecto, que Spencer, en un ya citado discurso, creía poder augurar como término del costoso proceso de refundición.

Un aventurero genovés había ofrecido llegar a Cipango y al Catay, atravesando con sus naves el nunca surcado y tenebroso mar de Sargaso, y el aventurero había descubierto extensas y hasta entonces incógnitas regiones, donde había ido a plantar la cruz del Redentor y el pendón de Castilla, dejando entrever y haciendo augurar que la tierra en que vivimos es mayor de lo que se pensaba y que todo lo oculto y misterioso que hasta entonces había habido en ella, iba a revelarse y a manifestarse a nuestros ojos y a ser dominado por castellanos y aragoneses.

Cualesquiera que sean sus atractivos, son artificiales, y confieso que, por mi parte, renunciaría a adivinar lo que pasa en aquel cerebro velado, como no me arriesgaría a augurar las causas que hacen moverse a un corazón que vive bajo tan lindos atavíos. »La joven casadera es un enigma difícil de descifrar, siendo así, que yo quiero descifrar a mi prometida antes de querer a mi mujer.