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El zumbido armónico y confuso se agrandó ahora, convirtiéndose en música alegre y bizarra, marcha triunfal de ruidosos cobres, que hacía mover los brazos marcialmente y contonearse las caderas... ¡Adelante los buenos mozos!

Puede decirse que la verdadera constitucion del gran-ducado no data sino de 1806, época en que el príncipe del electorado anterior, bajo los auspicios de Napoleon, agrandó sus dominios á expensas de otros pueblos y figuró como miembro de la efímera «Confederacion del Rin». Pero el gran-duque supo hacer su negocio, volviendo á tiempo sus armas contra el emperador frances, y gracias á eso obtuvo sus ventajas en la gran partija que, bajo el nombre de restauracion, hizo el Congreso de Viena en 1815.

Tenían algo desconocido, ardiente, y Muñoz sentía la proximidad de una explicación realmente definitiva. ¿Que usted sufre por ? Y esta idea de que ella por él sufría, se agrandó en su imaginación desmesuradamente, llenándole por un instante de júbilo insensato. Creía soñar. , Muñoz, continuó ella vacilante y como si realizara un gran esfuerzo para decidirse a pronunciar cada frase.

Dice mi tía, que todos los hombres son unos bandidos, ¿qué piensa usted a este respecto, Juan? ¡Unos bandidos! repitió Juan, que agrandó los ojos como si percibiera un monstruo delante de . , pero es la opinión de mi tía, y quiero tener la de usted. ¡Caramba! , con todo, bien podría ser. Pero eso no es una opinión, Juan.

Obdulia se arrodilló de nuevo llena de confusión, roja como una amapola. La figura corpulenta del obispo se agrandó desmesuradamente delante de sus ojos; su blanca cabeza coronada por el morado solideo resplandecía de majestad. Los cargos de la Iglesia católica no deben ser empleos codiciados: no se buscan, se aceptan con humildad y resignación.

Aprendiz siempre hambriento, dependiente después en una época en que los mayores sueldos eran de cincuenta «pesos» anuales, a fuerza de economías miserables consiguió emanciparse, y con ayuda de sus antiguos amos, que veían en él un legítimo aragonés capaz de convertir las piedras en dinero, fundó Las Tres Rosas, tiendecilla exigua que en diez años se agrandó hasta ser el establecimiento de ropas más popular de la plaza del Mercado.

El obispo D. Pedro de Salazar, sobrino del célebre cardenal del mismo nombre y continuador de su rica capilla de Sta. Teresa, agrandó la capilla de S. Lorenzo y puso en ella altar á S. Pedro dotándole con lámparas de plata, vasos, alhajas y ornamentos, y una sacristanía con su competente cóngrua.