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Al fin, presentose Rosa. Llegaba vestida de nuevo con saya negra de estameña que dejaba ver medias blancas y finas, delantal bordado de flores, dengue de pana, corales a la garganta, y ceñida la cabeza con un pañuelo colorado de seda cuyos flecos le caían graciosamente sobre las sienes. Máxima había sacado, por vanidad, el fondo del baúl para vestirla. Presentose sonriente y roja como una amapola.

La Nela se puso como amapola y no supo responder nada. Durante un breve instante de terror y ansiedad, creyó que el ciego la estaba mirando.

Edelmira, maestra ya en el arte de divertirse al estilo de la casa de sus tíos, estaba como una amapola y reía y gozaba con estrépito; su alegría era comunicativa y simpática.

Deshice el intacto lecho, revolviendo sábanas y colchas; tomé el sombrero y el gabán, y salí al corredor. La anciana y Angelina me aguardaban allí. Tía Pepa muy rebozada con el pañolón; la doncella, caído sobre los hombros el abrigo, dejaba ver su hermosa frente. ¡Buenos días! me dijo tímida y medrosa. Seguro estoy de que se puso roja como una amapola al estrechar mi mano.

La devota dejó de mirar al recién venido y dijo: No me la riñan más, que bastante ha padecido. Lázaro advirtió que Clara se estremecía, poniéndose roja como una amapola. No me la riñan más, que bastante la han reñido añadió compungidamente la devota. Yo respondo de ella. Yo que tiene buen fondo, aunque al exterior aparezcan los defectos de las pestilenciales ideas del siglo.

Obdulia se arrodilló de nuevo llena de confusión, roja como una amapola. La figura corpulenta del obispo se agrandó desmesuradamente delante de sus ojos; su blanca cabeza coronada por el morado solideo resplandecía de majestad. Los cargos de la Iglesia católica no deben ser empleos codiciados: no se buscan, se aceptan con humildad y resignación.

Una ola de rubor subió a las mejillas del sacerdote. Tuvo un momento de vacilación. Vamos, padre insistió ella, sea usted humilde como todos los santos. El Papa lava los pies a los pobres: bien puede usted quitarme a las botas. El P. Gil se levantó y empezó con mano temblorosa, rojo como una amapola, a soltar los botones del calzado a su hija de confesión.

Esta enrojece como una amapola y temblando de emoción se lo entrega, mientras la desairada Telva se muerde los labios pálida de cólera. Nolo se acerca á Demetria y le hace igual petición. La niña se lo tiende con sonrisa melancólica. Luego, emparejados, se alejan departiendo entre los árboles. ¿Qué hacías mientras tanto, linda y burlona morenita?

Sus mejillas, siempre sonrosadas, estaban ahora vivamente encendidas, no tanto por el movimiento como por el amor que poco a poco, a impulso de las cadencias lánguidas de la habanera se había ido apoderando de su ser. Ramona, encendida también como una amapola, apoyaba la barba adornada por los lados con dos hechiceros hoyuelos, sobre su hombro.

a morir otra vez y mil, libando el néctar delicioso de tu aliento en la fresca amapola de tu boca. Huérfano muy niño, se trasladó a Manila en 1892. Allí estudió Derecho y comenzó a cultivar las bellas letras.