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Actualizado: 14 de julio de 2025


Y dinero, ¿sabe usted, paisano? ni una peseta, ni una perra gorda. Tengo el gusto de desembarcar con el bolsillo limpio. Quiero que conste así, para cuando yo vaya en automóvil, tenga collares de perlas y los periódicos publiquen mi biografía con retrato. Me quedaba un poco de dinero, ¡muy poco! al bajar en Río con doña Zobeida.

Se interrumpió doña Zobeida, mirando con timidez a Maltrana, como si temiese ofenderlo con sus aclaraciones. Usted que sabe tanto habrá comprendido que este alférez era un gran personaje, y que le llamaban así no porque fuese de milicia, sino porque siempre que había nacimiento o casamiento de reyes, él era el que sacaba el pendón del monarca como alférez real y daba el primer viva.

Calló un momento doña Zobeida, como si vacilase, pero luego añadió con timidez: Aquí mismo, en el barco, hay un señor que no cómo ha sabido lo de mi pleito, y según me dicen, quiere hablarme... Es el papá de esa niña que llaman Nélida, la que siempre anda revuelta con los muchachos.

No obstante el remoto cruzamiento indígena que emergía en esta Vargas del Solar, encontraba Isidro en toda su persona una rancia distinción española, un aire de dama acostumbrada al respeto desde su nacimiento, y que, segura de su valía, puede atreverse a ser familiar en el trato y sencilla en sus gustos. «Esta doña Zobeida, medio india pensaba Maltrana , es una señora de Burgos que luego de vigilar las compras de su criada en el mercado entra en una librería para pedir un devocionario "bien cumplido"; una gran dama de Cuenca o de Teruel que por la tarde recibe su tertulia de canónigos y abogados viejos y toman juntos el chocolate, hablando de la corrupción del mundoEstos recuerdos evocaban en su memoria a la vieja España, que había dejado huellas imborrables allí donde había descansado sus pies, esparciendo las características de la personalidad nacional por todo el planeta, en las más diversas y apartadas regiones.

Muy bonitas las canciones, aunque ellos no habían entendido gran cosa... ¡pero el baile! ¡aquella danza serpenteante, con unos brazos que parecían hablar!... Doña Zobeida sonreía, contenta del triunfo de «esta buena señorita», haciendo confidente de sus entusiasmos a don José el clérigo, que la escoltaba igualmente con toda la autoridad de su sotana.

Y no pudo dar explicaciones más claras sobre qué es lo que Dios manda, pues se presentó doña Zobeida, que, terminados sus quehaceres, iba por la cubierta en busca de «la buena señorita». Corrió la gente hacia el balconaje de proa, como si la atrajese una gran novedad. El buque se movía otra vez; iba avanzando lentamente. Persistía la bruma, pero era menos densa.

Y los dos entraron en el salón, colocándose en primera fila. El ambiente, cerrado aún y caldeado por tantas respiraciones, era de una densidad asfixiante. Conchita los saludó con un gesto de cansancio. Doña Zobeida, al reparar en ellos, tuvo miradas de ternura. Muchas gracias, en nombre del buen padrecito. Para ella, esta misa era de mayores méritos que las anteriores.

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