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Actualizado: 24 de junio de 2025
Cabesang Tales cogió el relicario y le dió varias vueltas: sus sienes le latían violentamente, sus manos temblaban. ¿Si pidiese él más? aquel relicario les podría salvar; era excelente ocasion aquella, y no se volvería á presentar otra.
Por él, volvería dentro de una hora. «Amiguita, usted no puede estar mucho tiempo sola, porque esa cabeza se pone a trabajar... Como usted no me eche, aquí me tendrá otra vez esta tarde». Y volvió cerca de anochecido trayendo un ramo de flores, y poco después fue un mozo de cuerda con dos o tres tiestos.
Subieron, y cuando Fortunata pasó a la alcoba de Mauricia, que estaba sola, retirose Maxi, diciendo que volvería a las once. Estaba aquella noche la enferma sumamente inquieta, y lo poco que hablaba no era un modelo de claridad. El temor de pronunciar palabras malas parecía haberse desvanecido en ella, porque escupió de sus labios algunas que ardían.
Muchísimo se alegraba de verle tan sereno; pero la sacaba de quicio el pensar que se volvería razonable hasta el punto de compadecerse de su mujer, y asignarle alguna pequeña renta para que no pidiera limosna o se prostituyese. No, el otro, el que había roto los vidrios, era el que los tenía que pagar.
Ya estaba seguro de que le volvería tarumba con sus tiologías porque aquella señora debía de ser muy nea, y él, la verdad, no sabía tratar con neos. «Con que Sr.
Porque con este honorable gremio, Villaespesa ha sido un águila. Una vez empeñó una calavera, asegurando que volvería a sacarla, porque era un recuerdo de familia. Estos episodios pertenecen a la época heroica de mi generación literaria.
Es decir, eso de extraño.... Extraño no, pues vivía unido espiritualmente a la familia por el respeto, por la adhesión, por la costumbre. Sobre todo, la niña, la niña. El acordarse de la niña le dejó como embobado. No podía explicarse a sí mismo el gran sacudimiento interior que le causaba pensar que no volvería a cogerla en brazos. ¡Mire usted que estaba encariñado con la tal muñeca!
Por esta causa, juzgando cuerdamente los capitanes que era menos mal rendirse que pelear, pues rindiéndose tenían esperanza, que por la protección de la reina de Inglaterra, de quien tenían pasaporte, se les volvería la mayor parte de sus haciendas, echaron banderas; y aunque lo contradijeron los marineros y los pasajeros gritasen protestando que se ponían á manifiesto peligro sus personas y caudales, se rindieron totalmente.
Se revolvía contra la nada de la muerte. ¡Aquella carne de su carne estaba pudriéndose en un cementerio ignorado de Alemania! ¿Y esto era todo?... ¿Ya no había más?... ¿Moriría ella á su vez y no volvería á encontrar en una existencia superior aquel hijo en el que había concentrado toda su voluntad de vivir? ¿Se borrarían ambos en la realidad, como dos puntos microscópicos, como dos átomos, cuya vida nada significa?...
El apoderado le tranquilizaba. Volvería: estaba seguro. Volvería, aunque sólo fuese por un año. Doña Sol, con todos sus caprichos de loca, era una mujer «práctica», que sabía cuidar de lo suyo. Necesitaba la ayuda del marqués para desenredar los enmarañados asuntos de su propia fortuna y la que su marido le había dejado, quebrantadas ambas por una larga y fastuosa permanencia lejos del país.
Palabra del Dia
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