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Actualizado: 10 de junio de 2025


Recordaba ahora con vergüenza su ignorancia española, aquella prosopopeya castellana, mantenida por mentirosas lecturas, que le hacían creer que España era el primer país del mundo, el pueblo más valiente y más noble, y las demás naciones una especie de rebaños tristes, creados por Dios para ser víctimas de la herejía y recibir soberbias palizas cada vez que intentaban medirse con este país privilegiado que come mal y bebe poco, pero tiene los primeros santos y los más grandes capitanes de la cristiandad.

No sentía celos, no sentía en aquel momento la vergüenza de la deshonra, no pensaba ya en el mundo, en el ridículo que sobre él caería; pensaba en la traición, sentía el engaño de aquella Ana a quien había dado su honor, su vida, todo. ¡Ay, ahora veía que su cariño era más hondo de lo que él mismo creyera; queríala más ahora que nunca, pero claramente sentía que no era aquel amor de amante, amor de esposo enamorado, sino como de amigo tierno, y de padre... , de padre dulce, indulgente y deseoso de cuidados y atenciones!

Aquellos pies desnudos eran para ella la desnudez de todo el cuerpo y de toda el alma. «¡Ella era una loca que había caído en una especie de prostitución singular!; no sabía por qué, pero pensaba que después de aquel paseo a la vergüenza ya no había honor en su casa.

Me han amenazado; me han llamado tramposa porque no puedo pagar... ¡tramposa! ¡a una señora como yo...! No puedo sufrir tanta vergüenza. Y si mis hijos me abandonan, me moriré, señor... presiento que estos disgustos me van a quitar la vida.

Sólo cuando vio a éste frenético llevarse el cañón de un revólver a la sien para arrancarse la vida se arrojó a detenerlo prometiendo hacer cuanto le mandase. Y he aquí cómo quedó concertado en principio aquel matrimonio horrendo. Al tener noticia los nobles hijos de Lancia de tal concierto, el mismo sentimiento de vergüenza se apoderó de todos ellos.

¡Velázquez! exclamó la joven en el colmo de la sorpresa, el dolor y la vergüenza. Se alzó de la silla y volvió á dejarse caer sollozando. Después subió á su cuarto, se echó sobre la cama y siguió suspirando largo rato.

Pero en la culta Europa, en el siglo XIX, sabiendo ya cuanto los profetas de Israel han revelado, cuanto han especulado racionalmente los filósofos de Grecia sobre Dios personal, y cuanto nos han enseñado el Evangelio y la ciencia moderna, que de él dimana, es una mala vergüenza hacerse ateos, caer en la desesperación y retroceder al budismo.

Son unos egoístas, corazones de pedernal... El que tiene, porque tiene; el que no tiene, porque no tiene. Total, que la dejarán a una morirse de vergüenza, y si a mano viene, se gozarán en ver a una pobre mendicante por los suelos».

Ramón sintió que se le helaba la sangre de horror y de vergüenza... Su madre se puso a llorar... Y exaltándose más y más en su dolor, repetía el señor: ¿Cómo has podido hacer eso, miserable? ¿Cómo has podido dejar de llamarnos a tiempo siquiera, canalla, desagradecido?

Y de pronto, sin saber cómo, sin que ella hiciera un ademán ni dijera una palabra, clavada por el estupor y la vergüenza, sintióse la señora estrechar en cariñoso abrazo por la niña rubia, y la vocecita fresca, que murmuraba: ¡Oh, tía Silda, tía Silda!

Palabra del Dia

deshice

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