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Actualizado: 29 de junio de 2025


12 los hijos de Azgad, mil doscientos veintidós; 13 los hijos de Adonicam, seiscientos sesenta y seis; 14 los hijos de Bigvai, dos mil cincuenta y seis; 15 los hijos de Adín, cuatrocientos cincuenta y cuatro; 16 los hijos de Ater, de Ezequías, noventa y ocho; 17 los hijos de Bezai, trescientos veintitrés; 18 los hijos de Jora, ciento doce;

Sus rostros no eran gran cosa; hubieran resultado insignificantes a no ser por los ojos, unos verdaderos ojos valencianos que les comía gran parte de la cara, rasgados, luminosos, sin fondo, con curiosidad insolente algunas veces, lánguidos otras, y cercados por la ojera tenue y azul, aureola de pasión. La mayor, Conchita, veintitrés años, era la más parecida a su madre.

«Llegó un día dijo Guillermina, suspendiendo su labor, para contar el caso a varios amigos de Barbarita , en que las cosas se pusieron muy feas. Amaneció aquel día, y los veintitrés pequeñuelos de Dios que yo había recogido y que estaban en una casucha baja y húmeda de la calle de Zarzal, aposentados como conejos, no tenían qué comer.

Aquél conservaba en los modales y en las palabras, a pesar de sus veintitrés años, un sello infantil que a Clementina le placa sobremodo. La educación afeminada y solitaria que había tenido era la causa principal. Engañábasele con suma facilidad y divertíasele lo mismo.

Era inteligente y listo, pero no tenía más que veintitrés años. Era tímido y estaba muy enamorado, circunstancia que no le despejaba la mente, pero que sería una ingratitud de mi parte, el criticarla. Al día siguiente volvió sin su madre y trató de conversar conmigo. ¿Sentís, señorita, que se haya terminado la temporada de los bailes? le respondí en un tono tan brusco como el de Susana.

Nombrado formalmente á fines del citado año de 1825, tuve que activar mis tareas para hacerme acreedor á tan honrosa prueba de confianza, siendo ciertamente mi cargo tanto mas difícil de llenar, cuanto que yo no contaba entónces sinó veintitres años.

De la antigua familia que había visto en su niñez no quedaba nadie. Sólo madó Antonia le podía recordar los tiempos pasados. Cuando se vio dueño de la fortuna de los Febrer y en plena libertad, tenía veintitrés años. La tal fortuna estaba roída por las esplendideces de sus ascendientes y abrumada con toda clase de gravámenes.

26 Los tomó Nabuzaradán, capitán de la guardia, y los llevó al rey de Babilonia a Ribla. 27 Y el rey de Babilonia los hirió, y los mató en Ribla en tierra de Hamat; y Judá fue transportado de su tierra. 28 Este es el pueblo que Nabucodonosor hizo transportar: En el año séptimo, tres mil veintitrés judíos:

Los veintitres cuadros que forman esa coleccion fueron elaborados durante un encierro voluntario á que se condenó el piadoso artista, asilado en el convento de capuchinos de Sevilla. Es bien sabido que Murillo nunca empezaba una obra sin haber comulgado, lo que prueba cuán hondamente lo impresionaba el sentimiento religioso.

En veintitrés días compuso su gran obra El Mesías, a los cincuenta y siete años, y cuando murió, a los sesenta y siete, todavía estaba escribiendo óperas y oratorios. Haydn fue casi tan precoz como Haendel, y a los trece años ya había compuesto una misa; pero lo mejor de él, que es la Creación, lo escribió cuando tenía sesenta y cinco.

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