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Partió Montaner con una tropa hasta de veinte caballos, y con alguna gente practica, para que le guiasen por caminos desviados, por no encontrarse con los Turcos, que ordinariamente corrian la tierra, y salteaban los caminos más pasageros.

En un principio solía pedir a sus amigos o conocidos del café algún dinero para jugar al tresillo, y bebía al fiado en el café; pero al poco tiempo ni los amigos quisieron darle nada, ni el dueño del establecimiento le fiaba ya por valor de dos cuartos. Faltó poco para que doña Brígida le echase a rodar por las escaleras cierto día que le llevó una cuenta de ciento veinte reales.

Se aproximó al cochero y antes de entrar de nuevo en el jardín, le dijo á media voz: ¿Ha entendido usted bien, no es verdad? Un caballero y una señora, dentro de hora y media. Tendrá usted veinte francos de propina al llegar París.... Y sobre todo, permanezca usted ahora en el coche hasta el momento de partir. Vaya usted tranquilo, señor Roussel, dijo el cochero.

Junto á las paredes, en casi toda la extensión del local, montones de paja sobre la cual reposaban veinte ó treinta arqueros de la Guardia Blanca, sentados ó reclinados sobre el codo, sin capacetes, coletos ni espadas y con sendos recipientes de cuero y estaño llenos de cerveza ó vino, según el gusto de cada cual.

Y don Juan, abandonando la ratonera, rué hacia su sobrino con la sonrisa paternal, bondadosa, que reservaba para Juanito aquel hombre duro y malhumorado con todos. La mirada curiosa e interrogante del sobrino llamó su atención. ¿Desde cuándo no has estado aquí...? Creo que desde que eras un chicuelo y subías a enredar con tus compinches. Lo menos hace veinte años.... Está bien arreglado, ¿verdad?

Pero esto mismo manifiesta lo caduco y efímero de la actual producción. ¿Cómo he de quitar yo su mérito al que logra crearse un público, ganar su atención y su simpatía y entretenerle y divertirle durante diez, veinte o treinta años, con los cuentos que escribe?

Bajan veinte personas; cada una pagará en el lazareto dos pesos fuertes diarios, es decir, todas, en diez días, dos mil francos.

Tuvo necesidad de andar errante dos semanas alrededor de los puestos rusos que cercaban la ciudad, sufriendo el fuego de los centinelas, expuesto veinte veces a ser detenido por espía, antes de poder penetrar en la plaza.

Morsamor, persistiendo en su propósito, no dejó de tomar veinte hermosos caballos ricamente enjaezados, para llevárselos de presente a don Duarte, cuando se presentase ante él en Goa, como pensaba hacerlo, con la noticia de aquel triunfo.

Después, estrechándose las manos, paseaban los dos sus miradas por aquel mar misterioso y temible, poco frecuentado por los seres de su especie. Pasaron junto á una roca cubierta de plantas marítimas, en la que Gillespie sólo hubiera podido dar unos veinte pasos. Aquí está sepultado mi glorioso abuelo dijo Ra-Ra.