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Actualizado: 27 de julio de 2025
Los ojos del aya, mientras duró esta brevísima escena, no se alzaron de la mesa, y sus labios estuvieron contraídos con sonrisa dura y nerviosa. El conde clavó la vista en su mujer y se alzó de la silla pausadamente. En este momento penetró el criado en el comedor diciendo: Un señorito joven y rubio, que viene de Vegalora, pregunta por los señores. Que pase adelante. Los amigos del conde.
Presentóse nuevamente el criado, y dijo que tres señores que acababan de llegar de Vegalora deseaban saludar á los condes. Hágales usted entrar. Y á poco rato taparon el hueco de la puerta tres figuras provinciales, que es bien que describamos brevemente.
Antes parecía estar como en la gloria sentado frente á su señora, callando, sonriendo y sin quitarla ojo. Á las cinco, poco más ó menos, la condesa volvía á casa para recibir las visitas de los amigos de Vegalora. Al oscurecer comían y después de rezar el rosario y acostar á los niños se encerraba en su cuarto y pasaba gran rato leyendo antes de irse á la cama.
Después tuve motivos para quererla mucho más, porque hizo usted por mí una cosa que no la olvidaré mientras viva, así viva mil años. No recuerdo... Pues yo lo tengo bien presente. Mi padre, como usted sabe, señorita, hacía almadreñas, y de eso vivíamos. Marchaba por la mañana al monte y solía venir á la tarde. Los jueves iba á Vegalora á vender las almadreñas.
Cuando éste decía: «Buenas noches, señorito Octavio», dejaba escapar un suspiro de satisfacción al verse reconocido y murmuraba: «Es una temeridad andar á estas horas solo por tales sitios: ¡no me vendré otro día sin un arma!». El acuerdo jamás llegaba á cumplirse, y seguía yendo y viniendo de Vegalora á la Segada totalmente inerme y á merced de todos los riesgos y venturas.
He tenido el gusto siguió el señorito de conocer á su papá, que Dios haya, y de visitar cuando niño esta casa bastantes veces. Su papá era muy amigo del mío. Á usted no he podido conocerle, porque en la corta temporada que pasó aquí me hallaba yo fuera de Vegalora estudiando la segunda enseñanza. ¡Ah! volvió á exclamar el conde en tono complaciente.
¡Sí, sí, estudia, querido, exclamó Paco Ruiz, que ya verás cómo te paga este país! D. Lino sonreía bienaventuradamente diciendo al promotor «que bueno era estudiar; que brutos demasiados había en Vegalora». El grupo siguió marchando por las calles oscuras y mal empedradas, riendo cuando alguno tropezaba y charlando animadamente.
El palacio, como las gentes del país lo llamaban, ó el vetusto caserón, como mejor se diría, estaba situado á la margen izquierda del Lora y en el fondo del valle donde radica el concejo y partido judicial de Vegalora. En torno suyo veíanse quince ó veinte chozas, pertenecientes en su mayoría y habitadas por colonos de la casa de Trevia.
Palabra del Dia
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