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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Eran jóvenes de Palma que después de recorrer la ciudad disfrazados de berberiscos pensaron en «la francesa», avergonzados sin duda del aislamiento en que la tenían las gentes. Llegaron a media noche, turbando con sus canciones y guitarreos la calma misteriosa del convento, haciendo aletear medrosos a los pajarracos albergados en las ruinas.
Los celos seguían oprimiendo su corazón y turbando sus ideas. Antes de alcanzar el fin de la calle comenzaron á caer algunas gotas y se declaró al instante un fuerte aguacero. Siguió caminando impávida sin guarecerse en los portales, como hizo la mayoría de la gente.
Una hora después atravesaban la brecha, cogidos del brazo, riendo de aquella escapatoria de colegiales traviesos, estrechándose el uno contra otro, turbando con besos ruidosos e insolentes el majestuoso silencio del campo.
Como de costumbre, jugaba al tute con la madre; como de costumbre, hablaba con Juanita en conversación general, y Juanita hablaba igualmente y le oía muy atenta manifestándose finísima amiga suya y hasta su admiradora; pero, como de costumbre también, tas miradas ardientes y los mal reprimidos suspiros de don Paco pasaban sin ser notados y eran machacaren hierro frío, o hacían un efecto muy contrario al que don Paco deseaba, poniendo a Juanita seria y de mal humor, turbando su franca alegría y refrenando sus expansiones amistosas.
Don Fernando temblaba: sus gafas azules empañábanse turbando la visión de sus ojos. La fría impasibilidad que le había acompañado en los azares de su vida, derretíase ante aquel pequeño cadáver, ligero como una pluma, que acostaba en el lecho de su miseria.
Este favor i amparo que dió don Pedro á los judíos fué mui agradecido por ellos, puesto que en todas las empresas que movió este malaventurado monarca contra sus hermanos que andaban en rebelion turbando el reino con guerras civiles, le ayudaron con dineros i aun en algunas ocasiones con las armas.
En la memoria de Gabriel habían abierto un surco hondo, una herida profunda que no se cerraba, que se estremecía con el más leve recuerdo, turbando su calma, haciéndole temblar con el escalofrío del terror. Se había apoderado de la sociedad la locura del miedo y atrepellaba leyes y respetos humanos para defenderse.
En cambio ella se vengaba turbando el tranquilo curso de su vida, haciéndole sufrir una dolorosa mortificación de amor propio y, lo que era más grave, inspirándole ideas cuyo alcance no podía calcular. Las últimas frases que don Juan pronunció mentalmente en aquel largo y humillante monólogo fueron estas: «Sí, ¿eh?... Pues ahora me gusta más que antes... ¡ella caerá!
Palabra del Dia
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