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Y , ¿dónde has estado? Tocóle a misia Casilda el turno de relatar su odisea, y lo hizo a tropezones, balbuciente, temerosa de delatarse ella misma con sus reticencias o sus rodeos. Pues, yo, Pablo...

Porque con un poco de juicio, nada más que con un poco de juicio, no se pueden hacer las tonterías que ella ha hecho... En fin, hijo, usted dirá que quién me mete a a leñador, pero ¿qué quiere usted?, a los viejecillos nos gusta arreglar a los jóvenes y marcarles el paso de esta vida para que eviten los tropezones que hemos dado nosotros».

Si su padre se enteraba, ¡qué disgusto!...» ¿Per qué?... ¿per qué? preguntaba la muchacha. Y el mozo, cada vez más triste, más encogido, como un reo convicto que oye su acusación, nada contestó. Marchaba al mismo paso que la joven, pero separándose de ella, dando tropezones en el borde del camino. Roseta hasta creyó que iba á llorar.

Muy amables, con amabilidad pegajosa y visibles deseos de agradar, pero dando tropezones continuamente por una falta irremediable de tacto, por una voluntad de hacer sentir su grandeza. Los personajes amigos de los Hartrott hacían manifestaciones de amor á Francia: el amor piadoso que inspira un niño travieso y débil necesitado de protección.

Ramoncito se puso serio repentinamente, casi casi pálido, y comenzó a balbucir a tropezones: Lo mismo, chico.... Tan pronto arriba como abajo.... Unos días la encuentro muy amable ... es decir, amable, no; pero al menos habladora.

Para que veas que no te engaño dijo a su padre señalando al fondo del gabinete , mira qué obscuro está todo. En efecto: no se veía otra luz allá dentro que la que se filtraba por las rendijas de los postigos cerrados con sus aldabillas sobre las correspondientes vidrieras: la precisa para andar allí sin tropezones. Entonces fue don Alejandro quien se rió.

Paco la pellizcaba sin compasión y ella despedazaba los brazos de Paco; Joaquín Orgaz, que había conseguido aquella tarde algunas ventajas positivas en el amor siempre efímero de Obdulia, pellizcaba también; y había carreras, tropezones, voces, aprietos, saltos, sustos, sorpresas.

Pensó que le había matado y huyó despavorida por la mina y quedó envuelta al instante en completa oscuridad. Sin embargo, marchaba, marchaba siempre. No pensaba en su situación, sino en la muerte que acababa de cometer. Pero las tinieblas se espesaban y sus pies iban dando tropezones, hasta que al fin cayó. Alzóse y siguió marchando y volvió á caer y tornó á levantarse.

Por fin, desliando el pañuelo y expresándose a tropezones, quiso escapar por la tangente en esta forma: «Aquel día... cuando le dije a esa señora... aquello... después me pesó». ¿Y por qué no le pidió usted perdón? Digo que me pesó mucho. Estamos en ello... corriente... pero conteste claro, ¿por qué no le dio excusas? Porque me marché a mi casa. Bueno. ¿Y si ahora la viera usted?

Pero el señor Manolo y su amigo no distinguían nada. Isidro, con la pierna dolorida, despreciando los tropezones, como si ya no le pudieran ocurrir peores males, caminaba con los ojos puestos en Venus, que lucía en el horizonte. Al subir una cuesta, el astro remontábase en el cielo; cuando bajaban, hundíase, hasta quedar al ras de la colina de enfrente.