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Era alto, flaco de brazos y piernas y muy desarrollado de abdomen; de color trigueño, poca barba, que se afeitaba una vez á la semana, y los ojos verde-claros y un poquito bizcos. Tenía ya bastantes arrugas en la cara, y el vivo carmín de sus narices no armonizaba bien con la palidez de los carrillos.

Alcela en alto y la mostré a su dueño haciéndole seña de que iba a subir para entregársela. Y sin más dilaciones entro en el portal, subo la escalera y tomo el cordón de la campanilla... Ya está abierta la puerta. Mi lindo agresor asoma su rostro trigueño, gracioso, lleno de vida y frescura, y extiende sus manos diminutas, en las cuales deposito respetuosamente a la muñeca desmayada.

Quedaos aquí, sin cometer faltas. El mejor día volverá este joven, y os examinará, y ya veremos, ya veremos cuáles son vuestros adelantos en la hermosa lengua latina. Don Román levantó la cabeza y agregó: , Pancho Martínez.... Un mozuelo trigueño, vivaracho, de simpático aspecto, salió al frente. Mientras el niño acudía al llamado de su maestro eché una ojeada por el salón.

Alcéla en alto y la mostré á su dueño haciéndole seña de que iba á subir para entregársela. Y sin más dilaciones entro en el portal, subo la escalera y tomo el cordón de la campanilla.... Ya está abierta la puerta. Mi lindo agresor asoma su rostro trigueño, gracioso, lleno de vida y frescura, y extiende sus manos diminutas, en las cuales deposito respetuosamente á la muñeca desmayada.

Aquellos ojos negros velados por largas pestañas, aquel cabello encrespado, los rasgos pronunciados de su rostro trigueño, la anchura de su cuello y lo fornido de sus hombros acusaban sin ninguna duda el temperamento sanguíneo puro. En toda la comarca era temido por sus ímpetus y amado por su franqueza y generosidad. La vida de Pedro antes era la de un labrador bien acomodado.

Alcela en alto y la mostré a su dueño haciéndole seña de que iba a subir para entregársela. Y sin más dilaciones entro en el portal, subo la escalera y tomo el cordón de la campanilla... Ya está abierta la puerta. Mi lindo agresor asoma su rostro trigueño, gracioso, lleno de vida y frescura, y extiende sus manos diminutas, en las cuales deposito respetuosamente a la muñeca desmayada.

Me apieta la servilleta concluye por exclamar en tono lastimero la niña que se sienta al lado de la institutriz. Es una hermosa criatura de cinco años á lo sumo, con rostro trigueño y cabellos negros ensortijados, que caen en profusión sobre el cuello y la frente. La institutriz, sin despegar los labios, lleva sus manos al cuello de la niña y afloja la servilleta.

Los ojos eran azules, oscuros, hermosísimos; la boca un poquito grande, como hecha adrede para que se admirasen bien los dientes; el color trigueño claro; las facciones delicadas; las orejas chicas; la expresión de la fisonomía entre seria y picaresca; en conjunto, un tipo popular realzado por una elegancia y dignidad exquisitas.

El rostro trigueño no volvió a inclinarse hacia su lado en todo el tiempo que duró la misa. En cambio, Andrés, por una especie de atracción magnética, apenas pudo quitarle ojo. Al mudar el misal para leer el Evangelio, la joven se levantó, tomó un hacha de cera que tenía delante, colocada sobre unos palitroques, y fue a encenderla en uno de los dos cirios que ardían al pie de la verja del altar.

Seguíale, a guisa de caballerango, un muchacho trigueño, guapo y bien dispuesto, de pantalón ceñido y jarano galoneado, que, por lo arrestado y vigoroso, contrastaba singularmente con el aspecto manso y bondadoso del clérigo. Iban lentamente. Tal vez habían pernoctado en alguna hacienda, de donde salieron a la madrugada, para llegar temprano a Villaverde.