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Actualizado: 13 de julio de 2025


Entre la entonación con que había pronunciado el padre Aliaga la primera vez aquel nombre de mujer, y la entonación con que le había pronunciado la segunda, había la misma diferencia que puede existir entre un recuerdo dulce y tranquilo y una aspiración desesperada.

No ha de extrañarse que todo esto se viera en las miradas de Clarita. Eran miradas transparentes, en cuyo fondo fulguraba el alma como diamante purísimo que por maravilla ardiese con luz propia en el seno de un mar tranquilo. El Comendador estuvo un rato observando aquella escena muda, y se convenció de que ni Doña Blanca ni D. Valentín recelaban nada de los amores de la niña.

Parecía que aquella tristeza aumentaba al verme a tan tranquilo y satisfecho; mi calma, sobre todo, le mortificaba horriblemente; quería censurar mi felicidad sin haberme él dicho antes el motivo por el cual debiera estar yo triste.

Esté tranquilo, hijo mío, que yo velo con la solicitud de un padre... Vamos, vamos, modere ese ardor, y, como un verdadero español, piense en Dios, en su rey y en su dama, si es que usted la tiene.

Ramiro, que solía entrar ahora a la casa, topó varias veces con ellos, advirtiendo con desgarradora sorpresa que Beatriz no existía solamente para él. Notó miradas, melindres, cuchicheos, e imaginó todo lo que podría suceder en aquella familiaridad del parentesco; pero su orgullo fue más fuerte que el dolor. Mostrose tranquilo, silencioso, casi sonriente.

Al separarse del muelle el vapor-paquete que me conducía á Francia, sentí una triple sensación profunda, que me mantuvo por mas de una hora sobre el puente, preocupado y en silenciosa contemplacion. Por una singular fortuna, el canal de la Mancha estaba tranquilo y luminoso como un lago terrestre, reposando bajo la luz apacible de la luna.

Además de que, usted lo está viendo, es una criatura que no se puede meter por vereda; por más que se la inclina a la derecha, siempre ha de tirar a la izquierda. Capítulo XI Tres años había que Stein permanecía en aquel tranquilo rincón.

Se adelanta tranquilo, mecido, acariciado por la onda, y mientras camina, duerme si quiere. Hállase á la vez ceñido y aislado por la sustancia untuosa que hace su piel y sus escamas escurridizas é impermeables.

Una palabra, amigo le dije, saliéndole al encuentro y colocándole una mano en el hombro. Se puso atrozmente pálido, retrocedió dos pasos y llevó rápidamente la mano al bolsillo de la americana, sin duda en busca de un arma. Mas al verme tranquilo y como sorprendido de su movimiento, la dejó caer otra vez y me preguntó: ¿Qué se ofrece? Tengo que hablar con usted dos palabritas.

El gitano, tranquilo hasta entonces, había sido simple espectador de aquella escena; pero al oír aquella voz bien conocida, exclamó: ¡Miserable carmelita, deja entrar a esos sacerdotes! soy yo, el gitano, quien los ha enviado a buscar para comunicarles mis últimas voluntades, para confesarme. ¿Qué esperas, pues?

Palabra del Dia

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