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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Unas veces viene un mozo de cordel a traerle cartas; otros días baja ella y, ahí arriba, en los soportales de la calle Imperial, enonde está la cubería, se ponen a hablar: él no es mu jovencito; es un cabayero ya formal, ¿entiende Vd.? pá una joven lo peor. ¿Está Vd. segura? Como de que estos pelos fueron negros repuso, mostrándole el moño encanecido.
Si llovía de pronto, ya estaba el muchacho corriendo a la calle de Botoneras a buscarle el paraguas: si había que ir al estanco por tabaco, volvía en un decir Jesús; para traerle café de uno que había cerca de la imprenta, nadie andaba más ligero, y si la cafetera venía fría, la arrimaba a la máquina de vapor, sin lamer la media tostada o escamotear azúcar, como hacían otros.
Dicho esto, le entró una congoja y una convulsioncilla de estas que las mujeres llaman ataque de nervios, por llamarlo de alguna manera, seguida de un espasmo de los que reciben el bonito nombre de síncope. Fue preciso traerle un vasito de agua, desabrocharle el corsé, y no sé qué más. Pero yo... ¿cómo...? exclamaba Rosalía, mucho después, espantada , ¿cómo puedo yo...? Pidiéndolo a D. Francisco.
¿De modo que a esta tía monstrua no se le da un castigo?... Eso sí que está bueno. Y seguirá riéndose de nosotras... No lo entiendo. Dios es el que castiga; nosotros aprendemos. Ambas callaron, mirándose. «Tengo que traerle a usted un confesor. Usted no está buena ni del cuerpo ni del alma.
Al principio, cuando recibió la noticia, cayó redonda en el pavimento y se le creyó muerta; pero una hora después empezó á hablar, sin fin ni tregua, de su catedral, del coro, de la nave, del cabildo y de los canónigos, del ala del Norte y del ala del Sur, de tal modo que para calmarla ha sido necesario traerle un arquitecto, albañiles, y poner sobre su lecho los planos del malhadado edificio.
Nunca me han gustado ciertos papeles; porque lo que yo me digo: si no hubiera alcahuetas, no habría... de las otras. ¡Pero si yo pudiera traerle a usted mi vecinita! Abur, mujer. Quede con Dios el señor. Marchose la cocinera y, al quedarse solo el caballero, tornaron a entristecerle sus ideas.
Apoyaba su pecho en el de Fernando, ponía la cabeza en su hombro, indiferente a que alguien pudiese sorprenderlos, creyéndose sola con él en medio del Océano. Suspiraba lacrimosamente, como si la noche que venía pudiese traerle la desgracia... Ojeda se impacientó. Muy hermosa la puesta del sol, pero él no podía comprender tanta sensibilidad.
-Advierta vuesa merced -dijo Sancho, oyendo esto- que el señor don Gaiferos sacó a sus esposa de tierra firme y la llevó a Francia por tierra firme; pero aquí, si acaso sacamos a don Gregorio, no tenemos por dónde traerle a España, pues está la mar en medio.
Además, la vista de su familia parecía traerle algo de los esplendores de la fiesta, el perfume de las mujeres, los ecos de la orquesta, el voluptuoso desmayo de las amarteladas parejas, el ambiente del salón, caldeado por mil luces, y el apasionamiento de los diálogos.
Me encuentro en un gran compromiso dijo Montiño renunciando de todo punto á hacer cargos á su mujer, y rompiendo para salir de la situación por donde primero se le ocurrió. ¡Un compromiso! Sí, por cierto, tengo un sobrino. Pues no comprendo... Ese sobrino ha venido á Madrid. ¿Y bien? Necesito traerle á vivir aquí. ¡Aquí, como quieras! Pero hay un obstáculo. ¿Cuál? Inesita. ¡Ah!
Palabra del Dia
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