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Actualizado: 3 de octubre de 2025


Algunas sectas protestantes, poniendo asientos y suprimiendo genuflexiones, iniciaron la entrada de la dignidad humana en el templo, cuatro siglos antes de que fuese abandonada en España y en América la obligación tradicional y cotidiana del hijo, de pedir la bendición al padre con las manos en súplica y de rodillas en el suelo.

Para sostener sus injusticias y la servidumbre tradicional, necesitaban del estado de guerra, fingir que vivían entre peligros, quejándose de los gobiernos porque no les protegían bastante.

El catolicismo, firme y dominador en unas naciones de América, débil y transigente en otras, era también una fuerza tradicional que mantenía viviente el pasado, común a todas ellas. Los europeos aprendían el español para entenderse con los pueblos jóvenes de América. El castellano era el tercer idioma mundial gracias a su difusión en el Nuevo Mundo.

Asi, tres cuartos de hora despues de haber partido de Lováina nos deteníamos en Malínas, ciudad célebre por su catedral, sus encajes y sus almuerzos de patas y orejas de cerdo, y no poco afamada entre los Belgas por la terquedad tradicional de sus consejeros municipales.

Así se los ponían a Fernando séptimo dijo el fiscal, repitiendo una frase tradicional en los billares, en idénticos casos; es decir, cuando queda la bola contraria entre la del jugador y los palos y en línea recta, para fusilar. ¿Se tira esto? preguntó Leto al Ayudante repitiendo otra frase de billar. Y con mucho cuidado contestó el Ayudante, dándose por muerto. Pues allá va.

Luego, el predicador, siguiendo la costumbre tradicional, daba fin a su arenga citando las familias que habían tomado parte en el combate: un centenar de apellidos, que escuchaba atentamente el rústico auditorio, moviendo la cabeza cada cual con signos de asentimiento cuando sonaba el nombre de uno de sus ascendientes.

Ruperta tomó la alpargata. Y el instrumento de muerte, terrible a los coleópteros en manos de aquel hombre, volvió a reposar suspendido en el clavo tradicional. Las horas pasaban lentas en el insomnio, rebelde al cansancio.

Los sentimientos que desataban aquel raudal de lágrimas no eran únicamente los producidos por la situación del momento; eran algo antiguo y profundo, sedimentado en su alma, su tradicional desgracia, el despecho combinado con un vago deseo de ser buena, «sin poderlo conseguir... Cuidado que esto es de lo que se dice y no se cree».

Rodeábanla las mozas con sus panderos. Delante marchaba el capitán, portador del gran farol tradicional. Su uniforme resplandeciente causaba el asombro de aquellos campesinos, particularmente de los niños que se amontonaban en torno suyo devorándole con los ojos. Todos los años gozaban del mismo espectáculo y cada año les parecía más nuevo y sorprendente.

Sus compañeros veían un Gabriel más locuaz y dispuesto a comunicarles las «cosas nuevas» que trastornaban el orden tradicional de sus pensamientos y muchas noches turbaban su sueño.

Palabra del Dia

mármor

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