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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Había aparecido en la campiña de Jerez, cuando los trabajadores del campo acababan de iniciar una de sus huelgas. Su presencia entre los rebeldes fue el único delito. Le prendieron, y al interrogarle el juez militar, se negó a jurar por Dios. La sospecha de complicidad en la huelga y su irreligiosidad inaudita bastaron para enviarle a presidio.
He leído en Los trabajadores del mar, que cuando un buque de vapor surcó por primera vez las ondas del Canal de la Mancha, los campesinos de Jérsey lo anatematizaban en nombre de una tradición popular que consideraba elementos irreconciliables y destinados fatídicamente a la discordia, el agua y el fuego. El criterio común abunda en la creencia de enemistades parecidas.
Eran las familias de los chicos del Hospicio. Las madres venían de los barrios más extremos de Madrid: lavanderas, traperas, viudas de trabajadores, mendigas, todo el mujerío abandonado y mísero, que procrea por distraer el hambre. Se trataban como amigas al verse allí todas las semanas.
La fábrica está allí todavía; ahora más que nunca se ha convertido en un gran laboratorio de riquezas, pero estos tesoros no se dividen ya en dos partes, de las cuales una pertenece á uno solo, siendo la otra, la de los obreros, una miserable limosna; definitivamente pertenece á todos los trabajadores asociados.
Aquellas bocas que se abrían para tragarse los escasos ahorros de la familia quedarían sin alimento si lo de fuera llegaba á secarse. ¿Y todo por qué? Por la injusticia de los hombres, porque hay leyes para molestar á los trabajadores honrados.... No debía pasar por ello.
El aperador, los capataces, el mulero, los trabajadores principales y más constantes en el servicio del amo, se juntan allí por la noche, en invierno, en torno de una enorme chimenea de una gran cocina, y en verano al aire libre o en algún cuarto muy ventilado y fresco, y están holgando y de tertulia hasta que los señores se recogen.
Arriba, en lo más alto, estaban los técnicos, el cerebro que dirigía aquel establecimiento industrial, grande y populoso como una ciudad. Esta parte de la casa era la única que los trabajadores veían sin odio.
Un pueblo de 300 indios de trabajo podrá tener 1.200 almas entre chicos y grandes, con que, teniendo presente que desde cinco años para arriba todos trabajan lo que pueden, y que los muchachos y muchachas no tienen días libres, se podrá regular en 800 trabajadores que emplean la mitad del año en beneficio de la comunidad; repartiendo entre ellos los 8.000 pesos de gastos precisos, toca a cada uno 10 pesos.
Parecían obreros de una fábrica de metalurgia, fundidores y ajustadores, con pantalones y chalecos de pana. Llevaban los brazos descubiertos, y algunos, para marchar sobre el barro con mayor seguridad, calzaban zuecos de madera. Eran antiguos trabajadores del hierro incorporados por la movilización á la artillería de reserva.
La primera tertulia de la marquesa de Torrebianca terminó después de media noche, hora inusitada en aquel destierro. Solamente ciertos sábados, en que los trabajadores recibían la paga de medio mes, llegaban á horas tan avanzadas las fiestas en el boliche del Gallego.
Palabra del Dia
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