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¿Quién podría describir las torturas de un alma en tales circunstancias? El canto de los sacerdotes; el espectáculo de la fosa recién abierta; el rumor de la tierra que cae sobre el ataúd, producen emociones que llenan de horror el ánimo más esforzado. El señor de Avrigny asistió al sepelio, arrodillado y con la frente inclinada.

Aquel instante de placer compensaría los tormentos que había experimentado. Un minuto que valía por toda una existencia de dolor. ¿Y por qué no gozarlo? ¿No tenía en su poder al verdugo de su dicha? ¿No estaba allí debajo, durmiendo tranquilamente, mientras él se agitaba todavía entre crueles torturas? Apartose un poco de la ventana y se secó el rostro con el pañuelo.

Y yo sabía que «estar sola» quería decir entonces que se quitara de allí Guzmán; y sabía lo que dolía eso, porque lo había padecido yo pocas horas antes; y por saberlo, me complacía, me gozaba en las torturas de él; porque yo no podía dudar, ni toda su fortaleza alcanzaba a disimularlo, que las repugnancias de Luz le estaban hiriendo en lo más vivo, en lo único sensible que le quedaba bajo su corteza mundana y empedernida.

¡Cómo! ¿aun cuando no entraras en el convento rehusarías su mano? ¡Ah! exclamó la vizcondesa , ¡aquí hay gato encerrado!... ¡ amas a otro! ¡ amas a otro! repitió la señora de Aymaret sin sospechar qué torturas imponía a su amiga. Tal vez murmuró Beatriz. ¿No hay esperanzas, pues? Beatriz respondió melancólicamente por un negativo signo de cabeza. ¿No puedo saber quién es?

Yo bien que las notas de desaliento y de dolor, que la absoluta sinceridad del pensamiento virtud todavía más grande que la esperanza ha podido hacer brotar de las torturas de vuestra meditación, en las tristes e inevitables citas de la Duda, no eran indicio de un estado de alma permanente ni significaron en ningún caso vuestra desconfianza respecto de la eterna virtualidad de la Vida.

Entonces, imitando el ejemplo de un amigo recién venido de Conchinchina, dedicóse á fumar opio, deseando conocer por mismo las torturas que tanto celebraron Baudelaire y Quincey.

Es un hecho, Roberto me ama. Ha venido a pedir mi mano. Ahora que hay una expiación. ¡Ah, si estas torturas no purificaran!

¿Y aquella desgraciada abandonada, sola al lado de la cuna de su hijo y que había debido pasar por mil torturas antes de trazar aquel testamento de odio? Aquella sufría hasta la desesperación, hasta la locura, hasta el suicidio acaso, como mujer y como madre. ¡Dios mío! El que causaba tales dolores, tales faltas, tales crímenes, ¿no era más indigno de perdón que el peor criminal?

Su delicadeza de mujer sublevábase contra estas torturas, al mismo tiempo que se llevaba el pañuelo al olfato para repeler los hedores de carnicería. Nunca había ido a los toros.

Por el contrario, empujado por la propia lógica de los suyos, el cristianismo creó nuevas formas de males para agrandar las recompensas del cielo que es el plan y el objetivo de la vida conventual instituyendo para los infieles las penas más atroces y para los fieles las torturas morales por los terrores del infierno, y las torturas físicas por el cilicio, las privaciones y las penitencias, prohibiendo la medicina, las diversiones y los anestésicos, porque tendían a disminuir el dolor y la tristeza, que eran tenidas como fuentes de dicha futura.