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¿Pues á quién he de admirar? ¿á quién he de admirar? ¿A los tiranos? ¿A Nerón, matando á Séneca; á Felipe II, asesinando á Egmont y á Lanuza; á Luis XV, descoyuntando á Damiens? Era preciso enseñar á los franceses que no debía haber otro Ravaillac. Pues la lección no hizo efecto, porque hace treinta años que un Rey murió en un patíbulo. ¡Esos son tus semidioses, esos! exclamó Elías con furia.

Dentro de algunos siglos cuando la humanidad esté ilustrada y redimida, cuando ya no haya razas, cuando todos los pueblos sean libres, cuando no haya tiranos ni esclavos, colonias ni metrópolis, cuando rija una justicia y el hombre sea ciudadano del mundo, solo quedará el culto de la ciencia, la palabra patriotismo sonará á fanatismo, y al que alardee entonces de virtudes patrióticas le encerrarán sin duda como á un enfermo peligroso, á un perturbador de la armonía social.

Vamos á conquistarle noble tumba En la tierra natal purificada, Para que aquel que en esta lid sucumba Pueda dormir en tierra libertada, Y no sean sus huesos quebrantados Por tiranos ni siervos pisoteados.

LEONOR. Es preciso; ya no hay en el universo nada que me haga apreciar esta vida que aborrezco. Aquí de Dios en las aras, no veré, amiga, a lo menos, a esos tiranos impíos que causa de mi mal fueron. JIMENA. Ni una esperanza... LEONOR. Ninguna; él murió ya. JIMENA. Tal vez luego se borrará de tu mente ese recuerdo funesto. El mal, como la ventura, todo pasa con el tiempo.

Oh, mil veces, mil veces venturosa La juventud que en lucha tan hermosa Puede toda su sangre derramar; La que serena ante el embate rudo De los tiranos, cae en el escudo Del mártir de una causa universal.

El gran satírico de Roma lo consigna en sus versos: Pocos son los tiranos y los reyes que descienden al infierno con muerte sosegada y pacífica y sin violencia ni sangre. La religión de Cristo ha mitigado este furor de celebridad.

Dejaba hacer a Celemín, como Dios deja hacer a los déspotas y tiranos, sabiendo que la voluntad y autoridad de ellos son inútiles, y que la providencia, el designio providente del autor, reside dentro de cada uno de los personajes que juegan el drama, a modo de ley fatal o ineluctable norma de acción.

Queríase el pasatiempo de los tiranos, de los verdugos; herir, destrozar, gozar de su fuerza y de su furor, saborear el dolor, la muerte. Con frecuencia divertíanse en martirizar, encolerizar, hacer morir lentamente á animales demasiado tardos ó apacibles para defenderse.

¡Es que ya estás curado!... ¿Vamos?... Te has pasado acumulando lágrimas engendradas por preocupaciones ridículas, mientras tu organismo se viciaba por influencia de esas mismas preocupaciones, y libre de ellas, han bastado unas cuantas horas y un poco de aire puro y de nuevas perspectivas para que tu organismo se revolucione y arroje de al déspota que lo esclavizaba... y que ha salido... ¡llorando!... ché... así son los tiranos...

Vosotros sois los tiranos, Que no la queréis rogar Que a mi intento lugar; Que yo, que le adoro y quiero, ¿Cómo puede ser, si muero, Que pueda a Elvira matar? ¿Qué señora presumís Que es Elvira? ¿Es más agora De una pobre labradora? Todos del campo vivís; Mas pienso que bien decís, Mirando la sujeción Del humano corazón, Que no hay mayor señorío Que pocos años y brío, Hermosura y discreción.